Con la camisa a medio abrochar, el jersey sobre la cama y la gomina por poner, ahora todo son prisas. Son momentos de correr de una habitación a la otra buscando un cinturón, el reloj o, en mi caso, recoger el boli de la insulina. Son momentos similares a los del resto de la gran mayoría de las personas que están preparándose para cenar en esta, la última noche del año.
Yo, a parte, lo hago con dos ideas en la cabeza que iban surgiendo mientras pensaba en que quería escribir este artículo. Una de ellas, el título de la entrada. Porque lo quería llamar 2012, un año de siembra. 2013, un año de recogida. O quizás llamarlo No hay número feo. O tal vez Al final no habrá sido un año tan malo... Porque eso me lleva directamente a la segunda idea que tenía en la cabeza; que no todo el mundo se prepara hoy para una gran cena. Para una gran noche. No señor.