Cuando tu madre, sufriendo uno de los peores momentos de su vida, te sonríe. Te devuelve la pelota, como si fueras un bebé con el que ha empezado a jugar.
Te mira a ti, aunque hay más gente en la habitación. Te mira y en tan sólo un segundo es capaz de transmitirte una carga tan brutal de agradecimiento, de amor, de complicidad, de felicidad, que en realidad ahora mismo no me veo capaz de describir con un teclado.