—Parece
que seas adicto a eso.
Me
giré sobresaltado cuando ya me estaba terminando el sobre de Almax.
—¡Vaya!
—dije sonriendo, con restos del jarabe todavía en la boca—, esto sí que es una
sorpresa. Hace un montón que no nos vemos, Sara.
—Demasiado
—confesó pensativa, apoyada en el marco de la puerta de la cocina—. ¿Qué
ocurre?
—La
acidez, que incordia un poco.
—No
me refería a eso —me miró con esos ojos de hiena que le salen sin apenas esfuerzo—.
Se
despegó del quicio de la puerta y comenzó a caminar por la cocina, que olía a lavavajillas
y arena de gato perfumada. Acababa de fregar los platos y cambiar la arena de
las gatas.
—No
escribes —dijo mientras se paseaba con los brazos cruzados y centraba su
atención en la tostadora, como buscando algo dentro.
—Es
por el tiempo, Sara.
—¿Llueve?
—se giró hacia mí— ¿Hace calor, quizás?