—Parece
que seas adicto a eso.
Me
giré sobresaltado cuando ya me estaba terminando el sobre de Almax.
—¡Vaya!
—dije sonriendo, con restos del jarabe todavía en la boca—, esto sí que es una
sorpresa. Hace un montón que no nos vemos, Sara.
—Demasiado
—confesó pensativa, apoyada en el marco de la puerta de la cocina—. ¿Qué
ocurre?
—La
acidez, que incordia un poco.
—No
me refería a eso —me miró con esos ojos de hiena que le salen sin apenas esfuerzo—.
Se
despegó del quicio de la puerta y comenzó a caminar por la cocina, que olía a lavavajillas
y arena de gato perfumada. Acababa de fregar los platos y cambiar la arena de
las gatas.
—No
escribes —dijo mientras se paseaba con los brazos cruzados y centraba su
atención en la tostadora, como buscando algo dentro.
—Es
por el tiempo, Sara.
—¿Llueve?
—se giró hacia mí— ¿Hace calor, quizás?
—¡No! —reí— Es que hasta ahora no he tenido tiempo para escribir, Sara. Sé que han pasado años con el blog abandonado…
—No
es solo el blog —interrumpió.
—Ya,
ya… Es todo. He dejado de leer, he dejado de escribir… Sabes que salgo bastante
tarde del trabajo, y el poco tiempo que me queda lo paso con los míos —Sara
llevaba unos segundos mirándome, impertérrita, impasible, imperturbable…
Impávida—. Por cierto, ¿sabes que he vuelto al volei?
—Y
has tenido una hija... Y has adoptado otra gata... —empezó a enumerar, con
sorna, todos los cambios que ha habido en mi vida desde que no escribo— ¡Y te
has comprado una guitarra que también has dejado de lado!
—Bueno,
no tengo prisa por aprender, y ¡he ganado un elemento decorativo para el salón!
—respondí, queriéndole quitar hierro al asunto.
—Mira…
—que viene— Parece que te has olvidado de con quién estás hablando. Que no
recuerdas que estoy aquí, allá, antes y después, y que solo con que tengas un
poquito de intención volverás a la senda de la escritura —relajó su pose
teatral—. Ya sé que tienes una vida ocupadísima y que tienes una lista interminable
de cosas por hacer, pero recuerda que el niño que llevas dentro necesita sacar
las historias que desea contar. Si no lo hace, llegará el día en que las
olvide, en que sus ilusiones pierdan fuerza y que la magia que le envuelve
cuando escribe se diluya y simplemente quede en un bonito recuerdo.
Solo
podía asentir.
—¿Qué?
—preguntó indignada.
—Que
tienes razón —suspiré—. Tengo demasiados hobbies y aunque procuro repartir mi
tiempo entre todos pues… No lo hago como toca.
—Pobrecito.
Arqueé
las cejas.
—Espabila
—chasqueó los dedos—. Menos videojuegos y más lectura. Aplícate lo que le
repites sin cesar a tu hijo.
Sonreí,
reconociendo el símil.
—Por
cierto… Estoy orgullosa de ti —sonrió—. Igual que te digo una cosa, te digo la
otra. Estoy contenta de que hayas vuelto al voleibol y te estés esforzando en
ello. Ojalá siguieras escribiendo con la mitad de ilusión que le pones a cada
entreno. Pero bueno, me conformo con que reacciones a esta bronca.
—Sí.
—Sí,
¿qué? —preguntó.
—Que
voy a ponerme las pilas de nuevo, Sara. No voy a escribir a diario, ni a leer a
diario, pero creo que puedo tomármelo un poquito más en serio a partir de ahora
—le dije mientras recogía un par de trastos de la cocina.
—Vale.
Anda —relajó la postura al fin—, vete ya a dormir. Voy a regañar a otro que
últimamente no escribe demasiado.
—¿A
quién? —pregunté sorprendido.
Y
comenzó a evaporarse, envolviéndose en una nube blanquecina que desprendía un dulce
olor a algodón de azúcar.
—Se
apellida Rothfuss —sonrió.
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