Aquel día Laura no estaba de servicio.
Tras desayunar, decidió
pasear a Stella por un recorrido distinto al habitual. En lugar de pasear por
la alameda del norte de la ciudad, decidió bajar al parque que quedaba cerca
del polígono industrial. El día había comenzado bien y el paseo estaba siendo
agradable, pero el destino se guardaba una desagradable sorpresa; cuando
quedaban pocos metros para llegar al parque, Laura presenció con total claridad
como una mujer salía corriendo de un portal pidiendo auxilio y como un indeseable
la perseguía a poca distancia. Se quedó de piedra. Sus sentidos se pusieron a
flor de piel y su cabeza le pedía reaccionar.
Inmediatamente tiró de la correa y se puso a correr tras ellos. La mujer, presa del pánico, se dirigió a un aparcamiento público en una zona marginal del polígono. Corría sin sentido, intentando dar esquinazo a su perseguidor. Laura zigzagueó cada coche que se encontraba e intentó no perderla de vista, pero el individuo le estaba ganando terreno a la mujer. Los gritos iban en aumento y Laura se sentía impotente sorteando coches, camiones y furgonetas. De repente, se hizo el silencio y, tras un coche calcinado, encontró lo que se estaba temiendo; el cuerpo inmóvil de aquella mujer sobre un charco de sangre.