La habitación del sospechoso estaba patas arriba. Los agentes habían revuelto el armario en busca de discos duros, sticks USB, drogas, armas y cualquier otro elemento que se saliera de lo normal en la vida de un adolescente. Ricardo Beltrán, subinspector de policía, entró en el dormitorio y vio a sus tres agentes con los brazos en jarra, meditabundos.
—Buenos días
—saludó el subinspector— ¿Habéis dado con algo?
—Nada
destacable, señor —contestó Muñoz—. Fuera del ordenador está todo en orden. Es
la habitación habitual de un freak.
—¿Por qué colecciona latas de Monster? Perdón, ¿Y dentro del ordenador? ¿Habéis revisado su historial de navegación?
—Poco a destacar
—intervino la agente Suárez—. Visitas a webs de juegos online, portales de
descarga de películas y series anime y mucho Twitch. Ah, y es fanático de G2.
Tiene mucho material de G2.
Conforme le
escuchaba, Beltrán había ido poniendo cara de incredulidad.
—¿Animes? ¿Tweech?
¿G2? —preguntó Beltrán levantando las manos con las palmas abiertas— ¿Alguien me
lo explica en cristiano? ¿Qué carajo es G2? ¿Una banda criminal?
—Es Twitch,
señor —intervino Caparrós, el más joven del grupo—. Es una plataforma de
streaming de casters y gamers. Muchos adolescentes…
—Señor… —interrumpió
Muñoz— Nada raro. Y G2 es un equipo de chavales que juegan a videojuegos.
—Pero vamos a
ver —le cortó el subinspector—. Os pido que vengáis al domicilio de un
psicópata, que registréis su habitación para hallar evidencias de un
comportamiento totalmente irracional y completamente enfermizo y ¿me venís con
que no habéis encontrado nada raro? ¿pero qué clase de policías sois?
Los tres se
encontraban mirando al suelo.
—Bueno…
—¿Sí? —se giró
el subinspector hacia Suárez.
—El chico estaba
comenzando a conocer chicas —contestó la agente, esforzándose por explicarse de
la mejor manera posible.
—Entonces no
sería tan friki, ¿no? ¡Joder, apagad esos neones, que parece que estemos en la
habitación del Rubius! ¿Con quién se ha estado viendo? Quiero nombres, centros
de estudio, perfiles en redes sociales, números de teléfono… —Beltrán comenzó a
gritar, a la vez que caminaba en círculos por la habitación— ¡Todo lo que
podáis recabar de cada una de las chicas! ¡Quiero que averigüéis dónde han ido,
dónde han comido, qué película fueron a ver al cine…!
—Señor —interrumpió
Muñoz.
—¿Qué pasa ahora?
—Que no se ha
visto con ninguna de las chicas con las que ha hablado.
—¿Cómo? —masculló
Beltrán, incrédulo.
—Así es —intervino
Suárez—. El chico ha estado usando Tinder para conocer chicas, pero todavía no
ha quedado físicamente con ellas.
—Y entonces —aunque
se esforzaba por no perder los estribos, Beltrán estaba realmente fuera de sí—,
¿de quién coño era la abuela que se ha comido?
—Señor —dijo
Caparrós—, esa mujer no era abuela de nadie. No tenía nietos.
—¿Y qué vínculo
tenía con el psicópata entonces?
—Ninguno —dijeron
los tres al unísono.
Beltrán estaba a
punto de saltar por la ventana.
—En la grabación
de la cámara del banco —comenzó a relatar Suárez—, el sospechoso se acercó a la
señora por detrás cuando ella estaba sacando dinero del cajero y empezó a
morderle en el cuello. Le mordió también los carrillos, las orejas, la nariz,
la barbilla, el pelo… Hasta que la dejó sin rostro. Cuando Muñoz le separó del
cadáver solo gritaba que le había mirado mal y que su madre era vagabunda.
—¿Vagabunda?
¿Pero qué…? ¿Y sigue sin querer declarar?
—No suelta
prenda —dijo Muñoz.
—Volvamos a
comisaría. Le hablaremos del G2, del animes y del tweech. Seguro que le sacamos
algo.
¡Gracias por la frase, Marc!
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