Aquel día Laura no estaba de servicio.
Tras desayunar, decidió
pasear a Stella por un recorrido distinto al habitual. En lugar de pasear por
la alameda del norte de la ciudad, decidió bajar al parque que quedaba cerca
del polígono industrial. El día había comenzado bien y el paseo estaba siendo
agradable, pero el destino se guardaba una desagradable sorpresa; cuando
quedaban pocos metros para llegar al parque, Laura presenció con total claridad
como una mujer salía corriendo de un portal pidiendo auxilio y como un indeseable
la perseguía a poca distancia. Se quedó de piedra. Sus sentidos se pusieron a
flor de piel y su cabeza le pedía reaccionar.
Inmediatamente tiró de la correa y se puso a correr tras ellos. La mujer, presa del pánico, se dirigió a un aparcamiento público en una zona marginal del polígono. Corría sin sentido, intentando dar esquinazo a su perseguidor. Laura zigzagueó cada coche que se encontraba e intentó no perderla de vista, pero el individuo le estaba ganando terreno a la mujer. Los gritos iban en aumento y Laura se sentía impotente sorteando coches, camiones y furgonetas. De repente, se hizo el silencio y, tras un coche calcinado, encontró lo que se estaba temiendo; el cuerpo inmóvil de aquella mujer sobre un charco de sangre.
—Mierda
—susurró— mierda, mierda, mierda…
Rápidamente
soltó la correa de Stella y se arrodilló junto a ella. Le tomó el pulso y le
apartó el cabello de la cara. Había sido golpeada y tenía tres puñaladas en el
estómago. Tenía el ceño fruncido; aún vivía. Se quitó la chaqueta, le tapó y
comprimió las heridas con una mano a la vez que con la otra marcaba en su
teléfono el 061.
—Soy Duarte —le
dijo a la operadora—, soy compañera del urgente. Por favor, envía una
ambulancia al aparcamiento público de Las Tabernillas. Mujer adulta herida por
arma blanca. Tres incisiones en zona abdominal. Tiene el pulso débil…
De repente,
Laura sintió un tremendo espasmo en la espalda. Un agudo dolor que le cortó la
respiración, le hizo arquearse y soltar el teléfono. Jamás había sentido una
sensación tan desagradable. Stella comenzó a ladrar y desapareció de su campo
de visión. Laura intentaba llegar con las manos a la parte de la espalda que la
torturaba, pero era incapaz. Finalmente, se tambaleó y perdió el conocimiento
sobre el asfalto. Un cuchillo de cocina le atravesaba la espalda a la altura de
la escápula.
Fundido a negro.
Sin dolor, sin ruido y sin voz. Sin tacto. Sin aire. No había nada y nada le
esperaba. Solo estaba ella, vestida tal y como había decidido para salir a
pasear a Stella. Tampoco estaba ella. Mirase donde mirase no encontraba a la
perra. Tampoco encontró un atisbo de luz que le diera alguna referencia del
lugar en que se encontraba o del camino que debía seguir. Se veía a ella misma.
Veía sus manos, su ropa, sus zapatillas… Pero no hallaba la fuente de luz que
le permitiera verse entre tanta negrura.
No sabía cuánto
tiempo llevaba en esa estancia. No sentía que llevase poco o mucho tiempo en
ese lugar, pues ahí donde se encontraba no podía medirse el tiempo. En ese
vacío reinaba un silencio tan ensordecedor que la ahogaba. Por mucho que
intentase gritar el sonido no salía de sus labios. Comenzó a preguntarse si
estaba inconsciente, si estaba viviendo una pesadilla o incluso si estaba
muerta. Tampoco tenía frío ni calor. No sentía ninguna sensación física. Intentó
hacerse daño para ver si tenía sensibilidad, pero todo intento fue en vano.
Comenzó entonces
a intentar recordar. Tenía cristalinos los momentos previos a su aparición en
esa dimensión desconocida. Había llamado al servicio de ambulancias y estaba
procurando que aquella mujer sobreviviese. Poco después, algo o alguien la
golpeó y la dejó sin respiración. Luego… luego nada. Ya no recordaba nada más.
Un leve murmullo
resonó en el techo de esa estancia tan oscura. Era como si alguien estuviese
meditando en voz alta a través de un micrófono, pero el sonido fuera casi
inaudible. No sabía desde qué dirección le llegaba el sonido. Mirase donde
mirase, no encontraba respuestas.
Quería llorar,
pero no le salían las lágrimas. Quería gritar, pero tampoco podía emitir ningún
sonido. Se le ocurrió agacharse y tocar la superficie que pisaba. Cuando lo
hizo, no apreció que se tratase de ningún material conocido. Escuchó de nuevo
los murmullos. Esta vez fueron más audibles y parecían voces humanas, pero por
más que miró hacia arriba o intentó aguzar el oído, siguió sin apreciar lo que
decían. Se incorporó y le pareció ver una neblina gris a lo lejos. Los
murmullos continuaban a su alrededor. Esperó a ver si la neblina cambiaba o si
se hacía más visible, pero tuvo la sensación de que solo podría mejorar su
apreciación si se acercaba a ella. Así pues, comenzó a caminar.
Lo que hace unos
segundos era una nube gris se estaba transformando en una masa deforme con
muchas sombras. Viendo que había sido buena idea acercarse, Laura comenzó a
caminar más deprisa. Los murmullos seguían sin ser claros, pero sonaban mucho
mejor que hacía unos segundos. La masa deforme comenzó a dibujar una silueta
triangular que se acercaba cada vez más. El blanco comenzaba a predominar en
aquella imagen, todavía borrosa.
Conforme
caminaba, Laura se dio cuenta de que, cuanto más se acercaba a la estructura,
mejor definición tenían las voces. Estaba segura de que se trataba de dos o
tres personas hablando. Sin embargo, también estas sonaban más lejos. Como si
el altavoz de donde salieran hubiera quedado atrás hace mucho. Empezaba a dudar
sobre si seguir hacia delante para acercarse más a aquel armazón blanquecino
que tenía ante sí o si retroceder para escuchar mejor aquellas voces. Optó por acercarse
un poco más.
Era una
escalera. Una portentosa escalera ascendente de alabastro iluminada por una luz
blanca y cegadora que parecía surgir de algún punto de aquel cielo negro. Se
preguntó a dónde le llevarían tantos escalones al mismo tiempo que las voces se
apagaban. Dudó un segundo. Dos segundos. Tres segundos. Justo en el momento en
que se decidió a posar el pie sobre el primer escalón, se asustó. Algo le hizo
pensárselo de nuevo. Retrocedió de golpe.
Pensó que, al
retroceder, aquellas voces volverían a resonar fuertemente y la información que
obtendría le resultaría más valiosa que la incertidumbre y la curiosidad que le
suscitaban el destino final de aquella escalera luminosa. Empezó entonces a
correr en dirección contraria. Laura corría apresuradamente. Las voces empezaron
a ganar volumen. Miró hacia atrás y la escalera empezaba a hacerse pequeña,
desdibujándose. Las voces sonaban cada vez más fuerte y, esta vez, claramente
se trataba de un grupo de personas que hablaban.
—…suerte —dijo
una mujer.
—Menos mal que
llegaron en seguida —murmuró otra voz.
Se alegraba de
escuchar voces. Por primera vez desde que estuvo en esa oscura dimensión, Laura
sonrió.
—Mira, acaba de sonreír
—dijo la mujer, mientras le cogía una mano—. Román, avisa al doctor. Rápido.
—En seguida,
mamá.
Abrió los ojos.
Una luz cálida iluminaba una estancia y la teñía de color ocre. A su derecha
estaba Merche, su madre, cogiéndole la mano. Estaba sonriéndole.
—Hola, cariño —le
susurró—. ¿Cómo estás, mi vida?
—Ya viene —dijo
otra voz que se aproximaba, a su izquierda—. Hola, hermanita.
Le miró y
también le era familiar. Era su hermano Román. Que también sonreía.
—Mammm…
—No hables,
Laura —dijo su madre, estrechando más la mano que le tenía cogida.
—Mamá —dijo
Laura, cerrando los ojos y tragando saliva.
—Schhh… poco a
poco.
—¿Có… cómo está
la señora? —logró preguntar.
—Se recuperará —contestó
Román—. Está unas habitaciones más allá. No te preocupes, hermanita. Está mejor
que tú, que estás hecha un asco.
Román le dijo
esas palabras con la complicidad única que tienen los hermanos y soltando una lágrima
que en seguida se borró del rostro con la manga del jersey.
—¿Y Stella? —preguntó
Laura con los ojos cerrados.
—Está deseando
verte —contestó su madre con ímpetu—. Es una campeona. Se abalanzó sobre el hijo
de puta ese y lo dejó para el arrastre. ¡Ese sí que ha quedado hecho un asco!
Laura volvió a sonreír.
[…]
- El agresor fue detenido, juzgado y encarcelado por doble intento de homicidio, maltrato a su expareja y tráfico de drogas. Además, necesitó cirugía para reconstruirle ambas manos tras el ataque de Stella.
- La mujer herida en el aparcamiento se recuperó de sus heridas y salió del hospital tras dos intervenciones y tres semanas de recuperación. Visitó a Laura para agradecerle su ayuda y ha cambiado de residencia e interpuesto varias denuncias a su agresor.
- Laura salió del hospital quince días después de ingresar en él. Se recuperó de su herida en la espalda y, aunque necesita hacer rehabilitación, disfruta mucho de continuar paseando con Stella. Espera reincorporarse al trabajo como técnico sanitario en cuanto pueda recuperar toda la movilidad.
- Stella está sana. Ha pasado unos días con Merche y con Román pero, ahora que Laura ha vuelto a casa, la sigue allí donde va.
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