—¡Tú,
musa! ¡Déjate ver! ¡Deja que te sienta aquí conmigo!
—le grité, en mitad del silencio más puro.
Eran las dos de la madrugada y llevaba más de una hora escribiendo
líneas que seguidamente borraba. Una y otra, sin descanso, intentando forzar la
máquina a sabiendas de que, posiblemente, no saliera nada bueno de allí. Me
había propuesto escribir aunque ella no estuviese presente, como queriendo
darle con el texto en las narices cuando hubiera acabado para demostrarle que
no me era necesaria. Pero no pudo ser. De repente, caí en la cuenta. No estaba
solo. Los demás dormían y había pegado un grito que seguro no pasó desapercibido.
Quedé en silencio y agudicé el oído, esperando distinguir algún
ruido de los míos despertándose. Durante un minuto entero (que no parece mucho,
pero en mitad de la noche es una eternidad), esperaba oír algo, pero la suerte
y el profundo sueño de los míos hicieron que siguieran soñando. Volví al
trabajo, proponiéndome calmar la rabia de no encontrar la inspiración.
—Ni se te ocurra volver a gritarme.
Di un salto de la silla que hizo temblar las ruedas contra las baldosas y sin querer, golpeé el flexo con el codo mientras me giraba hacia el sofá. Todo quedó en penumbra.
Di un salto de la silla que hizo temblar las ruedas contra las baldosas y sin querer, golpeé el flexo con el codo mientras me giraba hacia el sofá. Todo quedó en penumbra.
—¿Qui-qui-quién eres? ¿Quién anda ahí? —Pregunté.
—Calla, estúpido, que al final vas a despertar a todo el bloque.
—¿Eres tú? ¿Eres tú? ¿Có-cómo..? —seguía sin entender nada.
—Si no te tranquilizas, volveré por donde he venido.
—Si no te tranquilizas, volveré por donde he venido.
—Vale, vale, perdona. Perdona. —comencé a sentarme, poco a poco,
en la silla. Estaba oscuro y entre que no veía apenas nada y que me puse muy nervioso,
no sabía qué hacer. Empecé a respirar hondo y palpar los apoyabrazos de la
silla, sin saber bien qué pasaría a continuación. Los míos seguían dormidos y
había una señora sentada en el sofá de mi comedor. La cabeza funcionaba a toda
velocidad engranando un montón de ideas inconexas.
—¿Estás más calmado? —dijo ella, con aquella voz tan inquietante.
—Sí, ahora sí. ¿Por qué estás aquí? —le pregunté, nervioso, intentando
controlarme.
—Bueno, cielo,
digamos que el que me ha llamado has sido tú.
Jajaja, ¡muy bueno! Bienvenido al mundo del absurdo :) Suerte con tu musa, por cierto ¿sabes ya cómo se llama? ;)
ResponderEliminarBesos
¡Hola Carmen!
ResponderEliminarAún no tiene nombre, pero este ha sido solo el primer episodios de mis conversaciones :) Así que poco a poco, iremos descubriendo cositas nuevas.
¡Gracias por pasarte!