—Escríbela
—dijo de repente.
Pegué
un brinco en la silla. Estaba absolutamente concentrado y ya todos dormían. En
la negrura más profunda de un silencio nocturno como hacía tiempo no
disfrutaba, la inesperada voz de Sara me pareció un estruendo.
—Tranquiiiiilo….
Schhh… —ahora hacía lentos movimientos con las manos mientras se acercaba al
sofá y se sentaba en él. Como si intentase apaciguar a un perro rabioso—. ¿Ya?
—No
te esperaba —le dije, acomodándome de nuevo.
—¿En
serio? —ahora la sorprendida era ella— ¿Sabes la de tiempo que hace que no paso
por aquí? ¿Sabes la de mundo que he visto en todo este tiempo? Creo que si me
hubieran preguntado la última vez que estuve aquí por la fecha de mi próxima
visita jamás hubiera contestado seis meses.
—¿Seis
meses? —pregunté.
—Seis
meses como seis años. Echa cuentas, majo, y verás que has dedicado, realmente,
poco tiempo a intentar sacar a tu creatividad del camino de la senectud. Está
herida de gravedad y, como sigas así, morirá sin que te des cuenta —hizo una
pausa que me pareció hasta dramática—. Y la próxima vez que te sientes en esa
silla, movido vete tú a saber por qué y con un leve antojo por inventarte una
historieta, te quedarás mirando a la pantalla, frente a la temida página en
blanco, y pensarás: “esto no era tan complicado, antes se me ocurrían muchas
cosas”.
Me
encontré asaltado, cuestionado y reprendido por mi propia inspiración y con una
nula capacidad de respuesta. La leche.
—Y
ahora no vas a decir nada, como de costumbre.
—Me
has pillado pensando en una-
—Lo
sé —me interrumpió—, y he comenzado esta escenita diciéndote que la escribas. Que lo hagas ya.
Que es una buena idea —se golpeaba las rodillas después de cada frase con las
palmas de las manos—. Que cualquier cosa que se te ocurra te servirá para
despertar esa neurona en huelga que tienes en la cabeza. Y te lo he dicho así
de tosca porque no quiero que se te olvide. Hazlo. Ya.
De
repente noté cierto alivio. El huracanado sermón se convirtió de repente en una
arenga motivacional. Sonreí.
—En
todo este tiempo no he tenido una sola idea buena, Sara —me justifiqué.
Fui
sincero, porque la verdad es que escribir me gusta, y me lo paso bien
haciéndolo, pero nunca escribo por escribir, aunque solo sea por el hecho de
practicar la ortografía, la gramática o el vocabulario. Si no me llega una gran
idea, una historia original, divertida, terrorífica, diferente… No continúo. Si
lo que se me ocurre no me llena, lo desecho automáticamente. Desaparece.
—Bueno
—elevó los brazos con las palmas mirando hacia arriba y dibujó en su rostro una
sonrisa cordial—, pues en ese caso, ¡Carpe Diem!
Y
comencé a escribir.
En
cuanto a Sara… Se quitó los zapatos y se tumbó boca arriba en el sofá, gruñendo
de paso a mis gatas para que le dejasen sitio.
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