El olor a tierra mojada y césped recién cortado invadía todo. Por lo menos todo cuanto le alcanzaba la vista. Desde la valla de dos metros de altura que tenía a su izquierda hasta la balaustrada que se encontraba a su derecha. Frente a él, el veterano seto recién podado y el innegable y satisfactorio resultado de una mañana de duro trabajo.
—¿En qué
piensas, Oliver?
—Hola, mamá —dijo,
haciendo una pausa—. En nada… miraba el jardín.
—Te ha quedado
muy bien. Se nota que ya tienes práctica. Vamos a tener que contratarte en
serio para que hagas las funciones de Santiago más allá de esta semana.
—¡Lo que me
faltaba! —exclamó, entre aspavientos— Ya solo me queda mañana, y lo gordo ya
está hecho.
—¿O no estás
orgulloso de tu trabajo? —dijo su madre, sonriendo mientras parecía abarcar con
sus brazos cada rincón del vergel.
—Sí, pero esto
lleva su curro eh…
—Y tanto, hijo. Tanto como cualquier cosa que quieres que salga bien en la vida.