—¡¡FELIZ
CUMPLEAÑOS!! —gritaron todos al unísono alrededor de la cama de Tessa. La niña despertó
de sopetón, prácticamente sacando el corazón por la boca por el susto. Su cara
pasó del temor a la sorpresa en cuestión de segundos y su cabello, alborotado como
la maraña de luces de Navidad que la familia guardaba en el armario, le hacía
parecer la mismísima Bruja Avería.
—¡Te quiero
mucho, mi vida! —gritó el padre, que corrió a envolverla entre sus brazos.
—¡Qué bonita
estás, hija! —voceó la madre, que le plantó un par de regalos sobre la colcha—
Toma, aquí tienes tus regalos. Feliz cumpleaños, mi amor.
Besos, abrazos, arrumacos,
caricias, miradas y pellizcos en las mejillas. Una tras otra, fueron
sucediéndose todas las muestras de cariño posibles por parte de sus padres, abuelos
y hermanos. Tessa había cumplido diez años.
—Bueno, ¿qué? —preguntó
su hermano— ¿estás contenta?
—Sí... —susurró— Es que he tenido un sueño.