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martes, 2 de enero de 2024

Minirelato: Ella le cogió la mano y lo llevó bajo un puente de la autopista, dibujó con tiza un círculo en el suelo

—¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS!! —gritaron todos al unísono alrededor de la cama de Tessa. La niña despertó de sopetón, prácticamente sacando el corazón por la boca por el susto. Su cara pasó del temor a la sorpresa en cuestión de segundos y su cabello, alborotado como la maraña de luces de Navidad que la familia guardaba en el armario, le hacía parecer la mismísima Bruja Avería.

—¡Te quiero mucho, mi vida! —gritó el padre, que corrió a envolverla entre sus brazos.

—¡Qué bonita estás, hija! —voceó la madre, que le plantó un par de regalos sobre la colcha— Toma, aquí tienes tus regalos. Feliz cumpleaños, mi amor.

Besos, abrazos, arrumacos, caricias, miradas y pellizcos en las mejillas. Una tras otra, fueron sucediéndose todas las muestras de cariño posibles por parte de sus padres, abuelos y hermanos. Tessa había cumplido diez años.

—Bueno, ¿qué? —preguntó su hermano— ¿estás contenta?

—Sí... —susurró— Es que he tenido un sueño.

miércoles, 27 de diciembre de 2023

Minirelato: Sintió un fuego ardiente en su interior cuando le rozó la comisura de los labios al darle dos besos

 —¿Está segura de esto, Amanda? —preguntó el señor Rasz, dubitativo, mientras se pellizcaba con delicadeza las patas de gallo que rodeaban su ojo derecho.

—Estoy convencida, Logan —afirmó—. Podemos demostrar que Ceres, a la vez que analiza escenarios, propone operativas y garantiza resultados, es capaz de ser consciente de sí misma y puede continuar su propio desarrollo.

La determinación de Amanda resonó en el laboratorio 0023 donde Ceres, un androide de última generación con una apariencia femenina elegante y sofisticada, se encontraba en espera. Ceres no era simplemente una máquina. Ceres era el pináculo de la Inteligencia Artificial y de la robótica. Había sido diseñada para ser más que un ente lógico. Estaba programada para evolucionar y mostrarle al mundo lo que estaba por llegar.

martes, 30 de agosto de 2022

Una pequeña historia de amor verdadero: Subiendo al piso de arriba

Subiendo al piso de arriba

El piso de arriba tenía un lustre distinto a todo lo que se veía en las plantas inferiores. Nosotros no podemos hacerlo, pero, si pudiéramos, si cualquiera de nosotros pudiera subir aquellas escaleras que conducen a la entrada del piso superior, de inmediato nos daríamos cuenta del soberbio y radical cambio.

Si subiéramos esa escalera, veríamos que el material del que estaban construidos los escalones que pisamos iría cambiando de forma gradual. Conforme ascendiéramos, veríamos cómo el granito de la escalera se iba convirtiendo en azulejo. Cómo el hormigón se volvía cerámica. Poco a poco, notaríamos que el blanco pasamanos de metal iba invirtiendo su color y se transformaba en hierro forjado con elegantes formas. Veríamos mutar el anodino gotelé en una marquesina de azulejos sevillanos y zócalos con todo tipo de ribetes sobre una pared encalada. Para cuando quisiéramos darnos cuenta, veríamos como habían empezado a surgir de las paredes docenas de maceteros repletos de geranios, buganvillas y hierbabuena. Mucha hierbabuena. Pero aquello no había sido siempre así, claro que no…

sábado, 16 de abril de 2022

Minirelato: Me han dado el regalo más inesperado

Lo primero en que se fijó al verla por primera vez fue en sus ojos. Unos increíbles y enormes ojos azules aguamarina que le devolvían la mirada con curiosidad.

—Hola, mi niña… —No pudo decir nada más.

Lo segundo en que reparó fue en su ondulado, rizado y alborotado pelo castaño, repleto de tirabuzones de distintas tonalidades de marrón que invitaban a marearse siguiendo sus trazados.

—Hola abuelo —alcanzó a decir la niña, sonriendo.

miércoles, 30 de marzo de 2022

Minirelato: Cubre tu pellejo si quieres llegar a viejo

Apenas salió del recinto, Dorian comenzó a tomar conciencia de la repercusión de su victoria. Todos los que le rodeaban, desconocidos para él, jadeaban su nombre. Boris, que se encargaba de recoger el dinero de las apuestas, le entregó el montante de veintisiete euros al francés y le estrechó la mano. La Corrala, como llamaban a aquel lugar, ya se preparaba para otro combate.

—Buena pelea, chaval —dijo el ruso—, esto es tuyo. Yo me quedo con mi parte.

—Gracias —contestó el chico, recogiendo el dinero con una sola mano—. Mañana otro. Apúntame.

—¡Claro, ya te había apuntado! ¡Dorian el gabacho!

El chaval sonrió con esfuerzo y se llevó al tabique la mano con la que agarraba el dinero. Presionó fuerte con los dedos para detener la hemorragia. Las magulladuras y los cortes empezaban ya a escocer. Con la otra mano se presionaba el abdomen allí donde todos tenemos el apéndice. Allí donde el yanki del Cabañal le había asestado una puñalada. A pesar de no ser demasiado profunda, esta rezumaba un riachuelo escarlata que se perdía por dentro del pantalón vaquero. El americano quedó peor, por descontado. Tras haberle sacudido cuatro veces la base del cráneo contra una columna de hormigón, este quedó inerte como un muñeco de trapo que descansaba sobre un jugo de moras.

jueves, 9 de diciembre de 2021

Minirelato: Donde y cuando tú quieras, allí estaré

El tiempo había cambiado drásticamente en muy pocas semanas. Las tardes de dulces puestas de sol y paseos entre hojarasca habían quedado atrás y la irrupción del negro atardecer, el viento y el frío se habían apoderado definitivamente del mes de diciembre. Como si del verano o el invierno dependiera, el estado de ánimo de Olga oscilaba también entre el calor más reconfortante y el frío más afilado. Entre la cobertura de una generosa y calentita capa de felicidad y el peso más notorio y abrupto de la melancolía.

Como si fuera algo establecido por una norma no escrita, las reuniones con amigos y amigas en torno a una mesa también dependían de la estación meteorológica. Quienes conocían bien a Olga sabían que de diciembre a mayo podían contar poco o nada con ella. Lo tenían asumido. Aun así, no fueron pocas las invitaciones a cenas, conciertos o tardes de juegos de mesa que recibieron negativas por su parte, fuera quien fuera quien lo propusiera. Ahí no cabían interpretaciones. Esa liturgia tenía un sentido. Su sentido. Y los suyos lo respetaban.

viernes, 19 de noviembre de 2021

Minirelato: Tengo ganas de sentarme, este día ha sido un infierno

 —Estoy para que me tiren al cubo de la ropa sucia —dijo Lambo con voz lastimera y justo después de que se apagase la luz—. Creo que nunca había estado tan cansado.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó la joven Ina, sorprendida— ¿Dónde habéis estado? ¡Habéis tardado un montón! ¡Ya pensábamos que no volverías!

—¡Yo que sé! —exclamó Lambo mientras se acomodaba— Tengo ganas de sentarme, este día ha sido un infierno.

Al apoyar la espalda sobre la pared experimentó un alivio como nunca antes. El silencio y la penumbra de la habitación invitaban a cerrar los ojos y echarse a dormir, pero la curiosidad carcomía a cada uno de sus compañeros de habitación, que insistían en preguntarle.

—Dinos, muchacho —le preguntó Robert, el más amable del grupo, mientras se arrodillaba a su lado— ¿Qué te ha pasado?

viernes, 27 de agosto de 2021

Minirelato: El paso más importante que puede dar alguien

—¿¿Tú?? —Luna se llevó las temblorosas manos a la boca mientras comenzaban a brotar lágrimas de sus ojos de forma descontrolada. Sus cejas, arqueadas de forma antinatural, describían junto a su mirada y su sonrisa el sentimiento de sorpresa más extraordinario nunca antes visto en ella— ¿Pero qué…?

Y se tapó también los ojos. La nariz. La cara entera. Empezó a sollozar entre todos aquellos aplausos que habían comenzado siendo para las personas que no podían estar entre sus seres queridos aquella noche y continuaron teniendo como objetivo aquella pareja que parecía sacada de un anuncio. Un anuncio de Navidad.

—¡Pero bueno! —exclamó Pedro, sonriendo y arrodillándose junto a Luna, soltando a su vez la bolsa de pasas— ¿Qué pensabas? ¿Pensabas que me iba a quedar allí?

miércoles, 25 de agosto de 2021

Minirelato: Cuatro mil años después seguía siendo el mismo

Alicia no podía dejar de mirarle. Apretaba sus manos. Movía con sus brazos los de él. Le soplaba, le hablaba. Atusaba su pelo y arrugaba sus carrillos. Buscaba en él algún vestigio de vida o energía que le permitieran abrir los ojos una vez más. Por su naturaleza, ella no derramó una sola lágrima, pero le hubiera encantado tener ese punto de humanidad, aunque únicamente fuera por homenajear a su compañero.

Weiss descansaba con el semblante en paz. No mostraba una sola seña de dolor. De angustia. De agonía. De pesar. Su cuerpo, ya inerte, yacía sobre el centro de un cráter del tamaño de Utah. La detonación de aquella bomba hizo que la temperatura ascendiera inmediatamente tres millones de grados. La presión bajo la explosión fue de ochocientos mil megatones por metro cuadrado, más de cincuenta mil veces la que había en el neumático de un automóvil cualquiera. La explosión pudo ser vista desde cualquiera de los astros del sistema solar y la onda de choque fue tan potente como para destrozar de inmediato cualquier signo de vida a más de diez mil kilómetros de distancia de la explosión. Con esas cifras y teniendo en cuenta el diámetro de la Tierra, aquel día fue el último de nuestro planeta. Sin embargo, Weiss casi mostraba un esbozo de sonrisa. Aún muerto, cuatro mil años después seguía siendo el mismo.

lunes, 23 de agosto de 2021

Minirelato: No caía ni una gota, pero estaba empapado por dentro

El día, para Néstor, ya había comenzado mal. Esa mañana se quedó dormido tras apagar la alarma, pisó una mierda al salir corriendo hacia el instituto y aún así llegó tarde a la primera clase, por lo que se quedó en el patio el resto de la primera hora. Aprovechó para repasar para el examen de Física de la segunda hora (no hay mal que por bien no venga…). Sin éxito. Dolores se sacó de la manga un examen tipo test que destrozó las aspiraciones de Néstor. ¿Qué más podía salir mal? Todo. Todo lo demás.

El primer puñetazo, en la boca del estómago, dejó a Néstor sin respiración.

—Te he dicho que me des lo que llevas —dijo el de la chaqueta negra.

Eran las tres. La hora de volver a casa con un saco de malas noticias. Néstor siempre volvía a casa invirtiendo el camino que solía hacer a primera hora, pero de vez en cuando le gustaba bajar al torrente que rodeaba el distrito y pasear por los callejones repletos de grafitis, botellas de vidrio, viejos asientos de coche y algún que otro neumático convertido en puf. Un trayecto artístico-barriobajero que suscitaba tantas fascinaciones como desagrados.

—Tú, ¿no me escuchas o qué? —preguntó de nuevo.