—
… Bueno, entonces ¿sabes ya quién es
ella?
—
Sí… Vamos, yo creo que sí, por lo que me
has dicho sólo puede ser una chica.
—
¿Y cómo se llama ella?
—
Puede que sea… ¿Elena?
—
¡Efectivamente, es Elena! —y con el
alborozo del locutor, sonaron vítores y aplausos de todo el auditorio— ¿Qué te parece,
Lucas?
—
¿¡Pues qué me va a parecer!? ¡Genial! —dijo
Lucas.
—
¡Elena, le tienes al otro lado! ¡Dile
algo!
Clic.
Carmen
tenía muy mal despertar. Cada mañana le resultaba más difícil levantarse de la
cama y mantenerse en pie. A veces, se espabilaba de repente tras perder un
segundo el equilibrio en la ducha. Era un buen chute de adrenalina, pues la
sensación de pánico duraba un rato. Además de lo que le costaba permanecer
lúcida, Carmen no era de las que despertaba con buen humor. Tranquilamente podía
pasar media hora hasta que abriese la boca y una hora entera para que el
carácter mejorase. Todo esto, sin embargo, daba un giro completo tras una buena
ducha y un par de cafés cargados.
Esa
era su mayor (y casi única) fuente de energía, pues todo aquél que visitase a
Carmen un día cualquiera, podría hacerse una idea del café que llegaba a tomar
esa mujer y de los paseos que se daba por la casa con la taza en la mano. Y es
que en cada rincón de la casa se podían encontrar una, dos e incluso tres tazas
amontonadas. Tazas que en su momento tuvieron café, tazas que aunque frío, aún
lo tenían. Tazas que, celosas ellas, guardaban posos de algo que alguna vez
también fue café. Cuando se quedaba sin tazas, explicaba a las visitas
inesperadas, las recogía y volvía a empezar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.