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viernes, 1 de septiembre de 2017

Conversaciones con mi musa #15

—Escríbela —dijo de repente.

Pegué un brinco en la silla. Estaba absolutamente concentrado y ya todos dormían. En la negrura más profunda de un silencio nocturno como hacía tiempo no disfrutaba, la inesperada voz de Sara me pareció un estruendo.

—Tranquiiiiilo…. Schhh… —ahora hacía lentos movimientos con las manos mientras se acercaba al sofá y se sentaba en él. Como si intentase apaciguar a un perro rabioso—. ¿Ya?

—No te esperaba —le dije, acomodándome de nuevo.

—¿En serio? —ahora la sorprendida era ella— ¿Sabes la de tiempo que hace que no paso por aquí? ¿Sabes la de mundo que he visto en todo este tiempo? Creo que si me hubieran preguntado la última vez que estuve aquí por la fecha de mi próxima visita jamás hubiera contestado seis meses.

—¿Seis meses? —pregunté.

—Seis meses como seis años. Echa cuentas, majo, y verás que has dedicado, realmente, poco tiempo a intentar sacar a tu creatividad del camino de la senectud. Está herida de gravedad y, como sigas así, morirá sin que te des cuenta —hizo una pausa que me pareció hasta dramática—. Y la próxima vez que te sientes en esa silla, movido vete tú a saber por qué y con un leve antojo por inventarte una historieta, te quedarás mirando a la pantalla, frente a la temida página en blanco, y pensarás: “esto no era tan complicado, antes se me ocurrían muchas cosas”.

Me encontré asaltado, cuestionado y reprendido por mi propia inspiración y con una nula capacidad de respuesta. La leche.

—Y ahora no vas a decir nada, como de costumbre.

—Me has pillado pensando en una-

—Lo sé —me interrumpió—, y he comenzado esta escenita diciéndote que la escribas. Que lo hagas ya. Que es una buena idea —se golpeaba las rodillas después de cada frase con las palmas de las manos—. Que cualquier cosa que se te ocurra te servirá para despertar esa neurona en huelga que tienes en la cabeza. Y te lo he dicho así de tosca porque no quiero que se te olvide. Hazlo. Ya.

De repente noté cierto alivio. El huracanado sermón se convirtió de repente en una arenga motivacional. Sonreí.

—En todo este tiempo no he tenido una sola idea buena, Sara —me justifiqué.

Fui sincero, porque la verdad es que escribir me gusta, y me lo paso bien haciéndolo, pero nunca escribo por escribir, aunque solo sea por el hecho de practicar la ortografía, la gramática o el vocabulario. Si no me llega una gran idea, una historia original, divertida, terrorífica, diferente… No continúo. Si lo que se me ocurre no me llena, lo desecho automáticamente. Desaparece.

—Bueno —elevó los brazos con las palmas mirando hacia arriba y dibujó en su rostro una sonrisa cordial—, pues en ese caso, ¡Carpe Diem!

Y comencé a escribir.


En cuanto a Sara… Se quitó los zapatos y se tumbó boca arriba en el sofá, gruñendo de paso a mis gatas para que le dejasen sitio.

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