Una voz me llegó desde el sofá.
—No te viene nada a la mente, eh…
—Hola Sara —contesté—. Nada de nada.
—Ya —dijo resignada—. Suele pasar. La temida hoja en blanco. Ese temor nace dentro de vosotros como en su día os nació el placer por escribir. Le pasaba a muchos de los escritores que acompañé hace tiempo, así que no te preocupes que es normal.
—¿En serio? —pregunté, girándome para verla.
Estaba sentada con las piernas cruzadas y sostenía en sus manos un pequeño estuche de tela que contenía pequeños tarros de cristal.