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martes, 30 de agosto de 2022

Una pequeña historia de amor verdadero: Subiendo al piso de arriba

Subiendo al piso de arriba

El piso de arriba tenía un lustre distinto a todo lo que se veía en las plantas inferiores. Nosotros no podemos hacerlo, pero, si pudiéramos, si cualquiera de nosotros pudiera subir aquellas escaleras que conducen a la entrada del piso superior, de inmediato nos daríamos cuenta del soberbio y radical cambio.

Si subiéramos esa escalera, veríamos que el material del que estaban construidos los escalones que pisamos iría cambiando de forma gradual. Conforme ascendiéramos, veríamos cómo el granito de la escalera se iba convirtiendo en azulejo. Cómo el hormigón se volvía cerámica. Poco a poco, notaríamos que el blanco pasamanos de metal iba invirtiendo su color y se transformaba en hierro forjado con elegantes formas. Veríamos mutar el anodino gotelé en una marquesina de azulejos sevillanos y zócalos con todo tipo de ribetes sobre una pared encalada. Para cuando quisiéramos darnos cuenta, veríamos como habían empezado a surgir de las paredes docenas de maceteros repletos de geranios, buganvillas y hierbabuena. Mucha hierbabuena. Pero aquello no había sido siempre así, claro que no…

sábado, 16 de abril de 2022

Minirelato: Me han dado el regalo más inesperado

Lo primero en que se fijó al verla por primera vez fue en sus ojos. Unos increíbles y enormes ojos azules aguamarina que le devolvían la mirada con curiosidad.

—Hola, mi niña… —No pudo decir nada más.

Lo segundo en que reparó fue en su ondulado, rizado y alborotado pelo castaño, repleto de tirabuzones de distintas tonalidades de marrón que invitaban a marearse siguiendo sus trazados.

—Hola abuelo —alcanzó a decir la niña, sonriendo.

miércoles, 30 de marzo de 2022

Minirelato: Cubre tu pellejo si quieres llegar a viejo

Apenas salió del recinto, Dorian comenzó a tomar conciencia de la repercusión de su victoria. Todos los que le rodeaban, desconocidos para él, jadeaban su nombre. Boris, que se encargaba de recoger el dinero de las apuestas, le entregó el montante de veintisiete euros al francés y le estrechó la mano. La Corrala, como llamaban a aquel lugar, ya se preparaba para otro combate.

—Buena pelea, chaval —dijo el ruso—, esto es tuyo. Yo me quedo con mi parte.

—Gracias —contestó el chico, recogiendo el dinero con una sola mano—. Mañana otro. Apúntame.

—¡Claro, ya te había apuntado! ¡Dorian el gabacho!

El chaval sonrió con esfuerzo y se llevó al tabique la mano con la que agarraba el dinero. Presionó fuerte con los dedos para detener la hemorragia. Las magulladuras y los cortes empezaban ya a escocer. Con la otra mano se presionaba el abdomen allí donde todos tenemos el apéndice. Allí donde el yanki del Cabañal le había asestado una puñalada. A pesar de no ser demasiado profunda, esta rezumaba un riachuelo escarlata que se perdía por dentro del pantalón vaquero. El americano quedó peor, por descontado. Tras haberle sacudido cuatro veces la base del cráneo contra una columna de hormigón, este quedó inerte como un muñeco de trapo que descansaba sobre un jugo de moras.