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viernes, 30 de julio de 2021

Minirelato: Porque las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada

El olor a tierra mojada y césped recién cortado invadía todo. Por lo menos todo cuanto le alcanzaba la vista. Desde la valla de dos metros de altura que tenía a su izquierda hasta la balaustrada que se encontraba a su derecha. Frente a él, el veterano seto recién podado y el innegable y satisfactorio resultado de una mañana de duro trabajo.

—¿En qué piensas, Oliver?

—Hola, mamá —dijo, haciendo una pausa—. En nada… miraba el jardín.

—Te ha quedado muy bien. Se nota que ya tienes práctica. Vamos a tener que contratarte en serio para que hagas las funciones de Santiago más allá de esta semana.

—¡Lo que me faltaba! —exclamó, entre aspavientos— Ya solo me queda mañana, y lo gordo ya está hecho.

—¿O no estás orgulloso de tu trabajo? —dijo su madre, sonriendo mientras parecía abarcar con sus brazos cada rincón del vergel.

—Sí, pero esto lleva su curro eh…

—Y tanto, hijo. Tanto como cualquier cosa que quieres que salga bien en la vida.