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lunes, 27 de marzo de 2017

Ayer aprendí de ella

—¡Ni me he hecho daño! —gritó tras caerse la primera vez.

Ayer por la tarde Carla me dio una lección. Más bien me hizo recordar algo que, a menudo que vamos creciendo, solemos olvidar. Y lo hizo una vez tras otra. Sin darse cuenta.

Le hemos regalado una bicicleta por su cuarto cumpleaños. Ya tuvo una bici "de pequeños" antes, cuando cumplió los dos años, pero por uno u otro motivo, ni cogía apenas velocidad al montarse en ella ni por supuesto llegaba a caerse más que alguna vez, de forma esporádica. La de ahora es una bici "de mayores", por supuesto, y como con todas las cosas de mayores, asumimos también mayores riesgos. Como rozarte las manos al caer.

—¡Ni me he hecho daño! —gritó canturreando de nuevo, orgullosa, mostrándome las manos. No debe haber una niña más feliz.

Parecía hacerlo aposta. Para enseñarme a mí, únicamente, de entre todos los que en aquél momento estábamos a su alrededor. Sonreía y se esforzaba por enseñarme que, aun habiéndose caído, ni se había lastimado ni el hecho de haber besado el suelo iba a detenerla. Acto seguido, por supuesto, desenmarañaba las piernecitas de los pedales, se levantaba del suelo y, como podía, intentaba levantar ella sola la bicicleta. Ni una sola de las seis o siete veces en que se debió levantar del suelo la vi triste. Es más, tenía cada vez una sonrisa más grande. Como si cada vez que se reponía fuera más y más feliz.

—¡Ni me he hecho daño, papá! —repetía una y otra vez con esa vocecilla.

Estaba aprendiendo a montar en bici. Y eso la enorgullecía y llenaba de alegría. Cada poro de su piel desprendía entusiasmo, ilusión y luz. Tenía las palmas de sus manitas coloradas, pero irradiaba auténtica luz.

—¡No pasa nada! ¡No me he hecho pupa!

Y todo eso se nos olvida a menudo. Avanzamos en la vida y nos lamentamos en cada trastabillada. Nos decepcionamos con cada error. Nos olvidamos de cuando éramos niños y no sabíamos montar en bicicleta, pero sí sabíamos que, con cada caída, estábamos aprendiendo a ser mejores.

"¿Por qué nos caemos? Para aprender a levantarnos, Señor Wayne"
(Alfred, mayordomo de Bruce Wayne en la trilogía de Batman de Christopher Nolan).

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