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viernes, 19 de noviembre de 2021

Minirelato: Tengo ganas de sentarme, este día ha sido un infierno

 —Estoy para que me tiren al cubo de la ropa sucia —dijo Lambo con voz lastimera y justo después de que se apagase la luz—. Creo que nunca había estado tan cansado.

—¿Qué te ha pasado? —preguntó la joven Ina, sorprendida— ¿Dónde habéis estado? ¡Habéis tardado un montón! ¡Ya pensábamos que no volverías!

—¡Yo que sé! —exclamó Lambo mientras se acomodaba— Tengo ganas de sentarme, este día ha sido un infierno.

Al apoyar la espalda sobre la pared experimentó un alivio como nunca antes. El silencio y la penumbra de la habitación invitaban a cerrar los ojos y echarse a dormir, pero la curiosidad carcomía a cada uno de sus compañeros de habitación, que insistían en preguntarle.

—Dinos, muchacho —le preguntó Robert, el más amable del grupo, mientras se arrodillaba a su lado— ¿Qué te ha pasado?

—¿Qué le va a pasar? —insinuó Hank, acercándose a duras penas— Samantha es lo que le ha pasado. Siempre es Samantha.

Hank era claramente el que, de todos ellos, se encontraba en peores condiciones. No solo era el más mayor y tenía peor carácter, sino que además era tuerto, medio cojo, le faltaba bastante pelo y en él, más que en ningún otro miembro del grupo, se apreciaban los signos de la dejadez y el olvido.

—La verdad es que tienes mala cara —apreció Tea, acercándose también a Lambo—. Me recuerdas a uno que yo me sé.

—Calla, calla —murmulló, frotándose las rodillas y girándose hacia Hank, mirándole con desdén—. He perdido la cuenta de las veces que me he caído. De la cantidad de veces que hubiera vomitado, si pudiera hacerlo. De los zarandeos, estirones y golpes que me he llevado…

—¡Jesús…! —musitó Tea, llevándose la mano a la boca.

—¡Os lo he dicho muchas veces! —gruñó Hank de nuevo, acercándose más todavía— ¡Hay que hacer algo con esa niña!

Ina miraba a unos y a otros sin saber bien qué decir. Sin saberse con palabras de aliento. Arqueaba las cejas y deseaba poder participar en la conversación animando a Lambo de algún modo, pero sentía que no podía aportar mucho dado que fue la última en llegar.

—¿Pero tú sabes lo que estás diciendo, Hank? —preguntó Robert, girándose hacia el viejo— Si estás aquí es precisamente gracias a Samantha. Es cierto que…

—¡Chorradas! —exclamó Hank— ¡Todos sabéis tan bien como yo que esa niña es una salvaje!

—¡No digas eso! —clamó Ina, gritando enfurecida al viejo Hank.

—¡Chicos, callaos! ¡Que nos van a oír! —pidió Tea, entre aspavientos.

—¡Deberían encerrarla de por vida, como a nosotros!

—Chicos, chicas —terció Lambo—, calmaos. Estoy muy cansado pero lo que menos necesito ahora mismo es una revuelta. Samantha está creciendo y poco a poco nos tratará con más cuidado. Es cuestión de tiempo.

—Es cuestión de tacto, muchacho —continuó Hank—. Y en teoría tú eres su favorito. Antes que pertenecer a ella yo fui el favorito de su hermano…

—Y también el de Bronco, me temo —dijo Robert, con una sonrisa lastimosa.

—Maldito perro.

Los cinco se miraron en silencio durante unos segundos.

—Creo que viene —susurró Tea.

—¡Preparaos..! —murmulló Robert.

No dio tiempo a más conversación. Samantha entró en la habitación, encendió la luz y fue corriendo directa al estante donde estaban sus juguetes. Tanteó cual de ellos llevarse al partido de fútbol de su hermano. Observó a Hank, el perro feo al que le faltaba pelo y un botón como ojo. Con un mohín lo desdeñó, apartándolo a un lado. Cogió a Robert, el tigre con traje y sombrero y, tras pensárselo un segundo, lo colocó de nuevo en el estante junto a Lambo, el zorro suave y mullidito.

—Cuida de Lambo —susurró Samantha—, que antes se me ha caído por la escalera.

—¡Samantha! —exclamó la madre de la niña— ¡Nos vamos, mi amor!

—¡Ya vooooooy…!

Cogió a Ina con una mano y a Tea con la otra. Miró detenidamente a la foca sonriente con vestido multicolor y a la muñeca maquillada y vestida de noche y, tras sonreír dulcemente, les dijo:

—Hoy es noche de chicas.

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