—Estoy para que me tiren al cubo de la ropa sucia —dijo Lambo con voz lastimera y justo después de que se apagase la luz—. Creo que nunca había estado tan cansado.
—¿Qué te ha
pasado? —preguntó la joven Ina, sorprendida— ¿Dónde habéis estado? ¡Habéis
tardado un montón! ¡Ya pensábamos que no volverías!
—¡Yo que sé! —exclamó
Lambo mientras se acomodaba— Tengo ganas de sentarme, este día ha sido un infierno.
Al apoyar la
espalda sobre la pared experimentó un alivio como nunca antes. El silencio y la
penumbra de la habitación invitaban a cerrar los ojos y echarse a dormir, pero la
curiosidad carcomía a cada uno de sus compañeros de habitación, que insistían
en preguntarle.
—Dinos, muchacho —le preguntó Robert, el más amable del grupo, mientras se arrodillaba a su lado— ¿Qué te ha pasado?
—¿Qué le va a
pasar? —insinuó Hank, acercándose a duras penas— Samantha es lo que le ha
pasado. Siempre es Samantha.
Hank era
claramente el que, de todos ellos, se encontraba en peores condiciones. No solo
era el más mayor y tenía peor carácter, sino que además era tuerto, medio cojo,
le faltaba bastante pelo y en él, más que en ningún otro miembro del grupo, se
apreciaban los signos de la dejadez y el olvido.
—La verdad es
que tienes mala cara —apreció Tea, acercándose también a Lambo—. Me recuerdas a
uno que yo me sé.
—Calla, calla —murmulló,
frotándose las rodillas y girándose hacia Hank, mirándole con desdén—. He
perdido la cuenta de las veces que me he caído. De la cantidad de veces que
hubiera vomitado, si pudiera hacerlo. De los zarandeos, estirones y golpes que
me he llevado…
—¡Jesús…! —musitó
Tea, llevándose la mano a la boca.
—¡Os lo he dicho
muchas veces! —gruñó Hank de nuevo, acercándose más todavía— ¡Hay que hacer
algo con esa niña!
Ina miraba a
unos y a otros sin saber bien qué decir. Sin saberse con palabras de aliento. Arqueaba
las cejas y deseaba poder participar en la conversación animando a Lambo de
algún modo, pero sentía que no podía aportar mucho dado que fue la última en
llegar.
—¿Pero tú sabes
lo que estás diciendo, Hank? —preguntó Robert, girándose hacia el viejo— Si
estás aquí es precisamente gracias a Samantha. Es cierto que…
—¡Chorradas! —exclamó
Hank— ¡Todos sabéis tan bien como yo que esa niña es una salvaje!
—¡No digas eso! —clamó
Ina, gritando enfurecida al viejo Hank.
—¡Chicos, callaos!
¡Que nos van a oír! —pidió Tea, entre aspavientos.
—¡Deberían
encerrarla de por vida, como a nosotros!
—Chicos, chicas —terció
Lambo—, calmaos. Estoy muy cansado pero lo que menos necesito ahora mismo es
una revuelta. Samantha está creciendo y poco a poco nos tratará con más
cuidado. Es cuestión de tiempo.
—Es cuestión de
tacto, muchacho —continuó Hank—. Y en teoría tú eres su favorito. Antes que pertenecer
a ella yo fui el favorito de su hermano…
—Y también el de
Bronco, me temo —dijo Robert, con una sonrisa lastimosa.
—Maldito perro.
Los cinco se
miraron en silencio durante unos segundos.
—Creo que viene —susurró
Tea.
—¡Preparaos..! —murmulló
Robert.
No dio tiempo a
más conversación. Samantha entró en la habitación, encendió la luz y fue corriendo
directa al estante donde estaban sus juguetes. Tanteó cual de ellos llevarse al
partido de fútbol de su hermano. Observó a Hank, el perro feo al que le faltaba
pelo y un botón como ojo. Con un mohín lo desdeñó, apartándolo a un lado. Cogió
a Robert, el tigre con traje y sombrero y, tras pensárselo un segundo, lo
colocó de nuevo en el estante junto a Lambo, el zorro suave y mullidito.
—Cuida de Lambo —susurró
Samantha—, que antes se me ha caído por la escalera.
—¡Samantha! —exclamó
la madre de la niña— ¡Nos vamos, mi amor!
—¡Ya vooooooy…!
Cogió a Ina con
una mano y a Tea con la otra. Miró detenidamente a la foca sonriente con
vestido multicolor y a la muñeca maquillada y vestida de noche y, tras sonreír
dulcemente, les dijo:
Me encanta 😍
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