—¿¿Tú?? —Luna se llevó las temblorosas manos a la boca mientras comenzaban a brotar lágrimas de sus ojos de forma descontrolada. Sus cejas, arqueadas de forma antinatural, describían junto a su mirada y su sonrisa el sentimiento de sorpresa más extraordinario nunca antes visto en ella— ¿Pero qué…?
Y se tapó
también los ojos. La nariz. La cara entera. Empezó a sollozar entre todos
aquellos aplausos que habían comenzado siendo para las personas que no podían estar
entre sus seres queridos aquella noche y continuaron teniendo como objetivo
aquella pareja que parecía sacada de un anuncio. Un anuncio de Navidad.
—¡Pero bueno! —exclamó Pedro, sonriendo y arrodillándose junto a Luna, soltando a su vez la bolsa de pasas— ¿Qué pensabas? ¿Pensabas que me iba a quedar allí?
Los comensales
del resto de mesas, conmovidos, se levantaban mientras aplaudían. El mago,
pasmado, contribuía a la magia de aquel momento aplaudiéndoles también desde lo
alto del escenario. El DJ cambió la música Jazz que reinaba en la sala por una
balada y cambió la iluminación a una más tenue y romántica. Hasta los
camareros, que volaban impasibles entre las mesas cargados con platos y
bandejas, miraron con dulzura a la radiante pareja alguna que otra vez.
Pedro le separó
las manos del rostro y, a la vez que se cogían de las manos, se miraron a los
ojos. Sonrientes, radiantes, sorprendidos, entusiasmados… Nos faltarían
adjetivos para describir tanta emoción en tan poquito espacio. Luna se estremeció
una vez más y seguidamente se abalanzó sobre Pedro, rodeándole el cuello con
los brazos y cayendo ambos sobre la moqueta del salón. Se besaban como si ambos
llevasen un minuto bajo el agua sin respirar y el aire que uno necesitaba estuviera
dentro del otro.
—¡Ala! —exclamó
Andrea, su hermana— ¡Pero dejad algo para después!
—Cariño… —dijo Nacho,
su padre, a su madre, mientras le apretaba la mano y hacía un movimiento con la
cabeza señalando a la pareja, que se besaba en el suelo del restaurante— Que
están en el suelo…
—Ay, cállate,
bobo —respondió mamá, abofeteando con cariño a su marido con la mano que tenía
libre—. ¿No ves que la niña es feliz?
Ajeno a todo lo
que estaba ocurriendo a su alrededor, Mario seguía enfrascado en el Fortnite.
—Luna, hermanita…
—les susurró Andrea, con un tono jovial—, ¿y si os sentáis y dejáis de ser el centro
de atención? Que ya han dejado de aplaudir y nos está mirando todo el mundo.
Se separaron un
segundo, se miraron a los ojos y sonrieron. Sin decirse una palabra, se
incorporaron y recompusieron las vestiduras. La calma, como la música Jazz, volvió
al gran salón. El resto de las mesas cuchicheaba sobre el espectáculo que
habían presenciado y el mago se había puesto a preparar su número. De repente
apareció el metre, engalanado con su mejor sonrisa y una silla más entre sus
manos.
—Señor…
—Oh, muchas
gracias —dijo al fin Pedro—. Gracias a todos y todas y disculpad todo esto —tomó
asiento, algo sonrojado. Luna le cogió la mano sin ninguna intención de
soltarla el resto de la noche.
—¡Qué sorpresa! —exclamó
Teresa, la madre de Luna—. ¡Al fin te conocemos en persona!
La mesa entera
asintió, mirando ilusionada la cara de aquel muchacho que, aunque solo quería fijarse
en Luna, no sabía a qué ojos mirar. Él resopló, sonriendo y rascándose la
cabeza.
—Bueno, debo
darle las gracias a Andrea, que me ha ayudado mucho con esta sorpresa —dijo el
recién llegado señalando a su cuñada.
—¡No! —exclamó
Luna, impactada— ¡¿Tú lo sabías?!
Andrea, con una sonrisa
juguetona y haciendo la V de la victoria con el índice y el corazón miró emocionada
a su hermana, guiñándole un ojo y sacándole la lengua.
—¡Y yo también,
tontorrona! —exclamó Teresa, entre carcajadas.
—¿Pero…? —preguntó
Luna, arrojando al aire una pregunta que, aunque no terminó de formularse,
todos y todas sabían lo que significaba.
—A mí no me
mires, hija —dijo su padre, levantando las manos como la víctima de un atraco y
pronunciando las arrugas de su frente—, yo me he quedado tan pillado como tú.
—Yo tampoco lo
sabía —dijo Mario, sin levantar la vista del móvil.
—¿Has cenado? —preguntó
de repente Teresa, haciéndole una señal a un camarero— Pide lo que quieras, que
nosotros ya hemos terminado.
—Muchas gracias.
Sí, pediré algo, que llevo unas cuantas horas de vuelo encima y los nuggets del
mediodía los tengo ya en los pies.
Ella no dejaba
de mirarle y sonreír como una tonta. De repente, su otra mitad, aquella que
había dejado atrás hacía dos meses, aquella que abandonó para llevar a cabo un
gran cambio en su vida, aquella que intentó olvidar para volver a su tierra y
dejar Suiza para siempre… Había recorrido más de novecientos kilómetros para
estar aquella noche a su lado. Sin dudarlo. Sin vacilar. Sin miedo a un
portazo. Sin temor a un No.
Dos meses atrás,
Luna había colmado el vaso de las decepciones que todos llenamos gota a gota y
día tras día en nuestro trabajo, con nuestros amigos, con nuestras preocupaciones…
El vaso se había llenado y el único bálsamo de Luna, su amor cordobés, no
quería volver a España. Tras hablarlo, debatirlo, negociarlo, consensuarlo y
decidirlo, la pareja rompió y ella volvió a casa.
—¿Por qué…? —preguntó
de repente Luna.
—¿Perdón? —preguntó
él, haciéndose el despistado y alternando la lectura de la carta con las
miradas divertidas al rostro de Luna— Es que... Es que no sé qué pedir —la miró
de nuevo y se quedó así, sonriendo como un bobo.
—¿Hasta cuándo
te quedas?
Él se quedó
mirándola. Cerró la carta con la mano que no cogía la de Luna y se acercó aún
más a ella.
—¿Cómo dices? —preguntó
Pedro.
—Te he preguntado
que cuánto tiempo te quedas —dijo ella, poniéndose nerviosa de nuevo.
Nacho y Teresa
los miraban embelesados.
—¿Te has dado
cuenta, amor? —susurró Teresa a su marido.
—¿Dónde se va a
quedar? —preguntó Nacho.
—Me encanta cómo
se miran. Estoy súper contenta.
—Vale, pero ¿se
va a quedar en casa? —preguntó de nuevo— No creo que haya sitio…
—Es la imagen
perfecta del amor, mi cielo.
—Quizás en el
sofá de abajo podemos hacerle hueco —continuaba teorizando Nacho.
Se miraron,
enamorados y sonrientes.
—Cuando volvió a
casa estaba destrozada —prosiguió Teresa—. Poco a poco ha ido recuperando la
sonrisa, pero no la veía tan feliz desde que venía a vernos una o dos veces al
año, cuando todo iba bien.
—Yo me he quedado
igual que tú. Me ha encantado ver esa luz en su cara. Este chico merece la
pena.
—Desde luego ha
dado el paso más importante que puede dar alguien —contestó Teresa a su marido—.
Sí que merece la pena, sí.
—¿Y cuál es ese
paso? —preguntó Nacho.
Volvieron a
mirarse, con una mirada cómplice como la de los matrimonios que además son
verdaderos amigos.
—Dejarlo todo
por ser feliz —respondió ella—. Le pidió mi teléfono a Andrea y nos llamó a las
dos una semana después de romper con Luna y de ver como ella volvía a Mallorca.
Nos dijo que se había dado cuenta de su error. Vio que allí no le quedaba nada y
empezó a planear este viaje. Tenía que cerrar asuntos, buscar un trabajo en la
isla… y mientras tanto hablar con ella sin darle ninguna pista de sus planes.
—Alucinante —contestó
Nacho.
—¿A que sí? ¿A
que es mágico?
—No —sentenció
Nacho—. Lo alucinante es que yo me haya enterado esta noche.
—¡Jajajaja! —rio
Teresa— ¡Era una sorpresa para todos, incluido tú!
En el otro
extremo de la mesa circular, la pareja continuaba su primera conversación en persona
en meses.
—¡Eh! —le dijo
Luna de nuevo, dándole un manotazo en el hombro— Deja de mirarme así, ¡contéstame
de una vez!
—Me quedo todo
el tiempo que nos quede —contestó al fin Pedro—. No tengo billete de vuelta.
La música cambió
de tercio y comenzaron a sonar trombones y trompetas, anunciando el número de
magia. El mago emergió de entre las bambalinas y el público comenzó a aplaudir
de nuevo. Luego llegaron las risas, los gritos de asombro, más aplausos, las
campanadas y el cotillón, pero todo eso pasó ligeramente desapercibido para
ellos, que no hacían otra cosa que recuperar el tiempo perdido.
Nota: Este minirelato es la continuación de un anterior artículo. Puedes leer la primera parte aquí.
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