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viernes, 27 de agosto de 2021

Minirelato: El paso más importante que puede dar alguien

—¿¿Tú?? —Luna se llevó las temblorosas manos a la boca mientras comenzaban a brotar lágrimas de sus ojos de forma descontrolada. Sus cejas, arqueadas de forma antinatural, describían junto a su mirada y su sonrisa el sentimiento de sorpresa más extraordinario nunca antes visto en ella— ¿Pero qué…?

Y se tapó también los ojos. La nariz. La cara entera. Empezó a sollozar entre todos aquellos aplausos que habían comenzado siendo para las personas que no podían estar entre sus seres queridos aquella noche y continuaron teniendo como objetivo aquella pareja que parecía sacada de un anuncio. Un anuncio de Navidad.

—¡Pero bueno! —exclamó Pedro, sonriendo y arrodillándose junto a Luna, soltando a su vez la bolsa de pasas— ¿Qué pensabas? ¿Pensabas que me iba a quedar allí?

Los comensales del resto de mesas, conmovidos, se levantaban mientras aplaudían. El mago, pasmado, contribuía a la magia de aquel momento aplaudiéndoles también desde lo alto del escenario. El DJ cambió la música Jazz que reinaba en la sala por una balada y cambió la iluminación a una más tenue y romántica. Hasta los camareros, que volaban impasibles entre las mesas cargados con platos y bandejas, miraron con dulzura a la radiante pareja alguna que otra vez.

Pedro le separó las manos del rostro y, a la vez que se cogían de las manos, se miraron a los ojos. Sonrientes, radiantes, sorprendidos, entusiasmados… Nos faltarían adjetivos para describir tanta emoción en tan poquito espacio. Luna se estremeció una vez más y seguidamente se abalanzó sobre Pedro, rodeándole el cuello con los brazos y cayendo ambos sobre la moqueta del salón. Se besaban como si ambos llevasen un minuto bajo el agua sin respirar y el aire que uno necesitaba estuviera dentro del otro.

—¡Ala! —exclamó Andrea, su hermana— ¡Pero dejad algo para después!

—Cariño… —dijo Nacho, su padre, a su madre, mientras le apretaba la mano y hacía un movimiento con la cabeza señalando a la pareja, que se besaba en el suelo del restaurante— Que están en el suelo…

—Ay, cállate, bobo —respondió mamá, abofeteando con cariño a su marido con la mano que tenía libre—. ¿No ves que la niña es feliz?

Ajeno a todo lo que estaba ocurriendo a su alrededor, Mario seguía enfrascado en el Fortnite.

—Luna, hermanita… —les susurró Andrea, con un tono jovial—, ¿y si os sentáis y dejáis de ser el centro de atención? Que ya han dejado de aplaudir y nos está mirando todo el mundo.

Se separaron un segundo, se miraron a los ojos y sonrieron. Sin decirse una palabra, se incorporaron y recompusieron las vestiduras. La calma, como la música Jazz, volvió al gran salón. El resto de las mesas cuchicheaba sobre el espectáculo que habían presenciado y el mago se había puesto a preparar su número. De repente apareció el metre, engalanado con su mejor sonrisa y una silla más entre sus manos.

—Señor…

—Oh, muchas gracias —dijo al fin Pedro—. Gracias a todos y todas y disculpad todo esto —tomó asiento, algo sonrojado. Luna le cogió la mano sin ninguna intención de soltarla el resto de la noche.

—¡Qué sorpresa! —exclamó Teresa, la madre de Luna—. ¡Al fin te conocemos en persona!

La mesa entera asintió, mirando ilusionada la cara de aquel muchacho que, aunque solo quería fijarse en Luna, no sabía a qué ojos mirar. Él resopló, sonriendo y rascándose la cabeza.

—Bueno, debo darle las gracias a Andrea, que me ha ayudado mucho con esta sorpresa —dijo el recién llegado señalando a su cuñada.

—¡No! —exclamó Luna, impactada— ¡¿Tú lo sabías?!

Andrea, con una sonrisa juguetona y haciendo la V de la victoria con el índice y el corazón miró emocionada a su hermana, guiñándole un ojo y sacándole la lengua.

—¡Y yo también, tontorrona! —exclamó Teresa, entre carcajadas.

—¿Pero…? —preguntó Luna, arrojando al aire una pregunta que, aunque no terminó de formularse, todos y todas sabían lo que significaba.

—A mí no me mires, hija —dijo su padre, levantando las manos como la víctima de un atraco y pronunciando las arrugas de su frente—, yo me he quedado tan pillado como tú.

—Yo tampoco lo sabía —dijo Mario, sin levantar la vista del móvil.

—¿Has cenado? —preguntó de repente Teresa, haciéndole una señal a un camarero— Pide lo que quieras, que nosotros ya hemos terminado.

—Muchas gracias. Sí, pediré algo, que llevo unas cuantas horas de vuelo encima y los nuggets del mediodía los tengo ya en los pies.

Ella no dejaba de mirarle y sonreír como una tonta. De repente, su otra mitad, aquella que había dejado atrás hacía dos meses, aquella que abandonó para llevar a cabo un gran cambio en su vida, aquella que intentó olvidar para volver a su tierra y dejar Suiza para siempre… Había recorrido más de novecientos kilómetros para estar aquella noche a su lado. Sin dudarlo. Sin vacilar. Sin miedo a un portazo. Sin temor a un No.

Dos meses atrás, Luna había colmado el vaso de las decepciones que todos llenamos gota a gota y día tras día en nuestro trabajo, con nuestros amigos, con nuestras preocupaciones… El vaso se había llenado y el único bálsamo de Luna, su amor cordobés, no quería volver a España. Tras hablarlo, debatirlo, negociarlo, consensuarlo y decidirlo, la pareja rompió y ella volvió a casa.

—¿Por qué…? —preguntó de repente Luna.

—¿Perdón? —preguntó él, haciéndose el despistado y alternando la lectura de la carta con las miradas divertidas al rostro de Luna— Es que... Es que no sé qué pedir —la miró de nuevo y se quedó así, sonriendo como un bobo.

—¿Hasta cuándo te quedas?

Él se quedó mirándola. Cerró la carta con la mano que no cogía la de Luna y se acercó aún más a ella.

—¿Cómo dices? —preguntó Pedro.

—Te he preguntado que cuánto tiempo te quedas —dijo ella, poniéndose nerviosa de nuevo.

Nacho y Teresa los miraban embelesados.

—¿Te has dado cuenta, amor? —susurró Teresa a su marido.

—¿Dónde se va a quedar? —preguntó Nacho.

—Me encanta cómo se miran. Estoy súper contenta.

—Vale, pero ¿se va a quedar en casa? —preguntó de nuevo— No creo que haya sitio…

—Es la imagen perfecta del amor, mi cielo.

—Quizás en el sofá de abajo podemos hacerle hueco —continuaba teorizando Nacho.

Se miraron, enamorados y sonrientes.

—Cuando volvió a casa estaba destrozada —prosiguió Teresa—. Poco a poco ha ido recuperando la sonrisa, pero no la veía tan feliz desde que venía a vernos una o dos veces al año, cuando todo iba bien.

—Yo me he quedado igual que tú. Me ha encantado ver esa luz en su cara. Este chico merece la pena.

—Desde luego ha dado el paso más importante que puede dar alguien —contestó Teresa a su marido—. Sí que merece la pena, sí.

—¿Y cuál es ese paso? —preguntó Nacho.

Volvieron a mirarse, con una mirada cómplice como la de los matrimonios que además son verdaderos amigos.

—Dejarlo todo por ser feliz —respondió ella—. Le pidió mi teléfono a Andrea y nos llamó a las dos una semana después de romper con Luna y de ver como ella volvía a Mallorca. Nos dijo que se había dado cuenta de su error. Vio que allí no le quedaba nada y empezó a planear este viaje. Tenía que cerrar asuntos, buscar un trabajo en la isla… y mientras tanto hablar con ella sin darle ninguna pista de sus planes.

—Alucinante —contestó Nacho.

—¿A que sí? ¿A que es mágico?

—No —sentenció Nacho—. Lo alucinante es que yo me haya enterado esta noche.

—¡Jajajaja! —rio Teresa— ¡Era una sorpresa para todos, incluido tú!

En el otro extremo de la mesa circular, la pareja continuaba su primera conversación en persona en meses.

—¡Eh! —le dijo Luna de nuevo, dándole un manotazo en el hombro— Deja de mirarme así, ¡contéstame de una vez!

—Me quedo todo el tiempo que nos quede —contestó al fin Pedro—. No tengo billete de vuelta.

La música cambió de tercio y comenzaron a sonar trombones y trompetas, anunciando el número de magia. El mago emergió de entre las bambalinas y el público comenzó a aplaudir de nuevo. Luego llegaron las risas, los gritos de asombro, más aplausos, las campanadas y el cotillón, pero todo eso pasó ligeramente desapercibido para ellos, que no hacían otra cosa que recuperar el tiempo perdido.

Nota: Este minirelato es la continuación de un anterior artículo. Puedes leer la primera parte aquí.

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