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jueves, 25 de abril de 2013

Conversaciones con mi musa #9

El sábado pasado, mientras caían las últimas gotas de lo que había sido una lluvia pertinaz que dejó en casa a mucha gente, me pareció ver, a través de la ventana del comedor, a Sara montada en un hipogrifo. A Sara. Volando. En la calle. Sí.

La cuestión es que yo también tuve que mirar dos veces, y en el segundo intento, dejé de verla volar. Más bien dejé de verla. No estaba allí. Incluso salí al balcón para ver si la encontraba en el cielo, pero lo único que encontré fue un suelo encharcado bajo mis pies y un frío que calaba los huesos. Ya no estaba allí, pero estaba completamente seguro de haberla visto. Y es más, ella me había mirado fijamente, sentada en aquella montura mística y emplumada. Acto seguido, y para mi frustración, había desaparecido.

Desde aquél día, no sé bien cómo interpretar aquella visión. Falta de inspiración, mezcolanza de ideas, meditaciones prolongadas hasta el tedio… Toda una serie de permutaciones en mi modus operandi que me descolocan un poco y hacen que me replantee historias, ideas, personajes y, sobre todo, si aquello a lo que dedico mi tiempo conserva la fuerza de la que le doté en sus inicios. No es bueno dejar pasar el tiempo y acomodarse entre episodios de escritura. Entre momentos de creación. Te da perspectiva y tiempo para pensar, y aunque a veces es bueno, muchas otras veces te aparta de la historia. De lo que realmente quería contar. Te hace verla con mentalidad de crítico sin escrúpulos.
 
Y en ello estoy, pensando en mis escritos, mirándolos desde lejos y esperando ver el brillo que me deslumbraba cuando la historia corría en mi cabeza, y no sobre la hoja en blanco. Planteándome si Sara estaba allí, volando a lomos de un hipogrifo o era mi yo deseoso de inspiración el que quería verla.
 
Puede que no sea tan grave. Igual es el mal tiempo y la lejanía, que entristecen…
 
¡Que vuelvan los días de sol! :)

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