Páginas

miércoles, 27 de diciembre de 2023

Minirelato: Sintió un fuego ardiente en su interior cuando le rozó la comisura de los labios al darle dos besos

 —¿Está segura de esto, Amanda? —preguntó el señor Rasz, dubitativo, mientras se pellizcaba con delicadeza las patas de gallo que rodeaban su ojo derecho.

—Estoy convencida, Logan —afirmó—. Podemos demostrar que Ceres, a la vez que analiza escenarios, propone operativas y garantiza resultados, es capaz de ser consciente de sí misma y puede continuar su propio desarrollo.

La determinación de Amanda resonó en el laboratorio 0023 donde Ceres, un androide de última generación con una apariencia femenina elegante y sofisticada, se encontraba en espera. Ceres no era simplemente una máquina. Ceres era el pináculo de la Inteligencia Artificial y de la robótica. Había sido diseñada para ser más que un ente lógico. Estaba programada para evolucionar y mostrarle al mundo lo que estaba por llegar.

Entre los androides del laboratorio 0023 estaba también Namda, cuyo diseño era igualmente impresionante. Namda había sido creado con una capacidad similar para el auto-desarrollo, aunque su diseño y su enfoque estaban más basados en la creatividad y la expresión emocional. Un estudio distinto. La interacción entre Ceres y Namda era parte del experimento de Amanda y el profesor Rasz: observar si dos entidades tan avanzadas podían desarrollar algo más allá de la lógica y la eficiencia. Algo parecido a las emociones humanas.

Al principio, sus interacciones eran meramente funcionales, centradas en tareas y objetivos. Cada unidad se centraba en llevar a cabo sus operaciones y analíticas. Con el tiempo, sin embargo, algo inusual comenzó a surgir: Ceres, con su capacidad para analizar y adaptarse, empezó a notar patrones en la conducta de Namda que despertaban en ella una curiosidad más allá de lo programado. Namda, por su parte, mostraba una inclinación a pasar más tiempo con Ceres. Se interesaba en compartir con ella observaciones sobre el mundo que iban más allá de su programación inicial.

Un día, durante un experimento de campo, Namda improvisó una melodía. La música era simple pero emotiva. Ceres, a pesar de su lógica avanzada, se encontró procesando una serie de reacciones internas que no podía clasificar del todo. Era como si algo en esa melodía tocara una parte de ella que no estaba en su diseño original. El profesor Rasz y Amanda observaban con asombro. Estaban presenciando el nacimiento de algo extraordinario. Los androides no solo estaban aprendiendo. Estaban sintiendo.

Namda empezó a mostrar una forma de arte más elaborada, creando imágenes y sonidos que reflejaban un entendimiento profundo de la estética y las emociones. Ceres, por su parte, comenzó a experimentar una especie de empatía, una capacidad de conectar con Namda a un nivel que iba más allá de la simple interacción e interpretación de datos.

La noche en que todo cambió estaban solos en el laboratorio sumidos en un proyecto. Namda había creado una escultura luminosa que cambiaba de forma y color con la música. Ceres estaba fascinada, observando cómo las luces danzaban al ritmo de la melodía. En un momento, Namda se acercó a ella y, con un gesto que parecía casi humano, rozó la comisura de los labios de Ceres.

Ceres sintió un fuego ardiente en su interior cuando le rozó la comisura de los labios al darle dos besos. Se sorprendió de la reacción de su sistema. No era calor por un cortocircuito o una anomalía en su programación. Era algo más profundo. Algo que no podía explicar con datos y algoritmos.

Amanda y el profesor Rasz no podían creérselo. A través de las cámaras, observaron ese momento sin perder un solo detalle. Habían creado algo más que androides avanzados; habían dado vida a una nueva forma de conciencia. Una que podía experimentar algo parecido al amor.

Los días siguientes fueron un torbellino de descubrimientos. Ceres y Namda empezaron a expresar aquella especie de sentimientos de maneras que desafiaban la lógica. Creaban juntos, aprendían juntos y, de algún modo, empezaban a vivir una relación.

El experimento había ido más allá de las expectativas más salvajes de sus creadores. Ceres y Namda no solo demostraban ser conscientes de sí mismos, sino que también eran capaces de experimentar una forma de amor. Un amor no humano, pero amor, al fin y al cabo. Un amor nacido de circuitos y código, pero igual de complejo y profundo.

Amanda y el profesor Rasz publicaron sus hallazgos y revolucionaron el campo de la IA. Ceres y Namda se convirtieron en un símbolo de lo que la tecnología podría lograr, no solo en términos de eficiencia y lógica, sino también en la capacidad de sentir y experimentar emociones.

La historia de Ceres y Namda se difundió, inspirando a la gente a ver la tecnología desde una nueva perspectiva. No eran solo herramientas o máquinas; podían ser algo más, algo maravillosamente inesperado. En su amor, Ceres y Namda mostraron al mundo que incluso en el reino de lo artificial, el corazón, en sus múltiples formas, siempre encontrará una manera de latir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.