Páginas

lunes, 30 de julio de 2012

Esa sensación tan placentera

Cuando tu madre, sufriendo uno de los peores momentos de su vida, te sonríe. Te devuelve la pelota, como si fueras un bebé con el que ha empezado a jugar.

Te mira a ti, aunque hay más gente en la habitación. Te mira y en tan sólo un segundo es capaz de transmitirte una carga tan brutal de agradecimiento, de amor, de complicidad, de felicidad, que en realidad ahora mismo no me veo capaz de describir con un teclado.
Piensas joder, lo está pasando mal y lo único que puedes hacer para mitigar su dolor es hacerle reir con algún chiste, contarle cosas bonitas, animarla diciéndole lo que tú y ella ya sabéis, pero que en realidad para ella suena más flojito que el estruendo que ha ocasionado el cáncer en su vida... Pero da igual, tú se lo recuerdas. Le cuentas lo maravilloso que es verla feliz cuando está con nosotros, lo preciosa que es cuando ríe (y cuando no), lo bien que te sientes por dentro cuando te despides de ella hasta dentro de un rato y la dejas en la habitación animada, fuerte, tranquila. La dejas con una sonrisa y ese es el mayor regalo que te llevas a la cama. El poder de esa mirada, de esa sonrisa, la fuerza que tienen esos ojos cuando te miran y te dicen estoy bien, cariño... Creo que un hijo debería sentir esa sensación por lo menos una vez en la vida.

Somos unos cuantos los que con cada achuchón le hacemos olvidarse un tanto de la desgracia, pero gran culpa de esto la tiene su príncipe. Mi padre. Vaya un señor caballero. No se ha despegado en ningún momento de ella. Siempre a la verita suya. Ha ido a donde ha tenido que ir, ha hecho lo que ha tenido que hacer y en ningún momento ha tenido una palabra de desaliento, sino todo lo contrario. Un hombre como pocos quedan, una joya. Y se lo digo pocas veces, pero lo adoro. Le quiero. Me enorgullezco de ser como soy porque mucho tengo de él, y bendito sea porque no quiero dejar de parecerme a mi padre. Desde luego, qué suerte tuvísteis de encontraros.

El cáncer ya no está. Lo dejamos atrás hará un par de días. Se quedó en aquella mesa y a buen seguro se quedó jodido, maldiciendo el momento en que decidimos sacarlo de nuestras vidas. Ya no volverá a causarnos dolor, incertidumbre ni miedo. Ya no volverá. Y a partir de ahora, cueste lo que cueste, seguiremos viviendo como si nunca hubiera estado ahí.

Sé que va a leer estas líneas. Hace poquito que me sigue, pero le gusta mucho leerme, así que desde aquí quiero dedicarle esta entrada y decirle que es una mujer de los pies a la cabeza, que la feminidad no se rige por el físico ni la apariencia. Que hay que ser muy mujer para llegar a ser como mi madre y que ojalá algún día, todos tengamos el arrojo y la valentía que ha tenido ella.

Eres magia.
Te quiero, mamá.

PD: Esta entrada es para ella, pero no puedo evitar agradecer también a mi hermana y a mi chica todo lo que están ayudando a que este trago sea más ligero. No escatiman en sonrisas ni arrumacos y no dejan pasar un segundo sin que se sienta arropada. Vaya para ellas también este inmenso Gracias. Os quiero, petitas.

PD2: Del mismo modo, tampoco puedo pasar sin agradecer el constante y numerosísimo cariño y apoyo que le han hecho llegar familiares, amigos, compañeros y conocidos hasta la mismísima habitación. No sabéis lo bien que la habéis hecho sentir.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.