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viernes, 6 de abril de 2012

Si somos lo que comemos... Escribimos lo que vemos

Cuando uno se pone a escribir, lo puede hacer desde la inspiración, desde un tema preestablecido o bien desde lo que acaba de ver en la calle hace un minuto. Luego, claro está, puede acabar hablando de Ganimedes o de lo caro de la gasolina, pero eso ya depende de cada uno.

A mí, particularmente, me encanta pararme en los detalles que están a nuestro alrededor, en lo que pasa tantas veces desapercibido para nosotros que ha llegado un punto en que ha dejado de estar ahí. El ejemplo más cercano que tengo ahora (porque es el que más uso) es el de los edificios que tenemos cerca de nosotros. Para quien vive en un pueblo quizás no sirva este ejemplo, pero a los que vivimos en ciudad seguro que nos pasa.



Vivimos entre colosos. Caminamos a diario entre grandes estructuras que se acero, cristal y cemento que se levantan veinte o treinta metros desde el suelo a las que casi nunca dedicamos una mirada. Claro, nos sabemos de memoria la configuración de la calle; los negocios, los portales y los puestos de la ONCE. La sorpresa viene cuando, paseando (es importante que sea paseando, pues de lo contrario nunca tienes el tiempo suficiente para fijarte), te das cuenta de que aquél edificio tiene unos balcones enormes, o que nunca te habías fijado en que el cuarto piso estaba lleno de vegetación, cual poblado vietnamita. Que los niños del primero de aquél bloque seguro pasan unas tardes de fábula con tanto juguete, o que los desayunos en ese balcón de más allá deben ser una gozada. Que hay edificios feos, edificios tristes. Que hay edificios que más allá de ser construcciones para albergar la vida de sus ocupantes y conformar hogares, no pasan de parecer un burdo y aburrido complejo de oficinas. También hay edificios bonitos, claro está, llenos de personalidad y buen gusto.

Es sólo un ejemplo, como cualquier otro, del que quizás vosotros os hayáis dado cuenta alguna vez. Hay gente que, al leer esto, se sonreirá y pensará en que es cierto, en que es imposible vivir percibiendo todos los datos que flotan a nuestro alrededor, dándose cuenta de cada cambio en nuestro entorno. Por eso me gusta escribir sobre lo que se nos escapa. Sobre esas cosas que ya se dan por hecho (o no) y hemos obviado tanto que hemos acabado por olvidar.

Ayer, sin ir más lejos, me vino a la mente la idea para este artículo mientras esperaba en la cola de la compra. Personas y personas, separadas por centímetros y con una aparente ley del silencio que deben respetar. No se habla y no se sonríe. Todos con semblante serio, concentrado y pensativo hacia el momento en que se deba saludar a la cajera (y es ahí cuando se sueltan un poco y sonríen). Sin embargo, todos y cada uno de ellos exhiben sus preferencias, sus gustos, sus tentaciones. A esta señora le pierden las fresas con nata y el pescado, al señor del bigote le va el queso fresco y la cerveza (pero no cualquiera, sino la alemana) y la señora que va tan repeinada se pondrá esta noche fina de mosto. Es divertido, probadlo si no. Basta con fijarse un poco en lo que compran los demás y hacerte a la idea del menú de esta noche. Todos podemos jugar a esto, y esto es lo que pasa desapercibido para nosotros, teniéndolo tan cerca. Para mí, cosas como estas tienen un encanto especial. Son cosas que duermen a nuestro alrededor, porque nuestra mente no repara en ellas.

Nos hemos ido tan lejos para vivir guerras en la edad media, aventuras en el espacio y romances en lejanos puertos que nos hemos olvidado de que a nuestro lado, justo rozándonos, tenemos mundos repletos de historias formidables.

Al tiempo, y si no, seguro que más de uno se sorprende hoy al salir a la calle y mirar hacia arriba.

1 comentario:

  1. Lo de mirar las compras de los demás lo hago a veces: la compra es como un espejo del individuo. Incluso es interesante hacerlo con la compra de uno mismo. Tienes toda la razón, estamos más pendientes de las cosas lejanas porque nos parecen más interesantes que en las cercanas que aunque nos afectan mucho más, nos parecen aburridas.

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