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miércoles, 19 de junio de 2013

Conversaciones con mi musa #11

Estaba cabizbajo, con los ojos cerrados y los dedos dispuestos sobre el teclado. Pensando en la siguiente frase que diría la protagonista de la escena.

—Hola —solté al aire, de repente.

—¡Guau!.. —exclamó Sara— ¡No me lo puedo creer! 

Sonreí, pero no abrí los ojos. Quería agotar ese recurso finito de inspiración antes de girarme y hablar de nuevo con ella.

—Te veo liado… —insistió.

Pero no le hice caso. Estaba a punto de dar con la frase definitiva para cerrar la escena. Aprisioné los labios entre los dientes y fruncí el ceño en un intento de concentración e inspiración máxima. Cuando creí tenerla, al fin, murmullé la frase:

—«Nunca dejaré de perseguirte. Jamás podrás escapar de mí».

—Guau.

Abrí los ojos y me di la vuelta con una sonrisa en los labios. Estaba sentada en el sofá, con las manos cruzadas sobre el regazo y mirándome con una sonrisa que correspondía a la mía.

—¿Qué tal? Gracias por venir, Sara.

—De nada… —dijo, pensativa— Oye, antes de nada, ¿cómo has sabido que estaba aquí?

—Por el olor.

—¿Perdón? —se sorprendió— Pensaba que las musas no olíamos a nada.

—Y yo, pero tras unos cuantos sustos uno se va acostumbrando a según qué estímulos. Tu olor es uno de ellos.

—¿Y a qué huelo yo, artista? —preguntó, cruzando los brazos lentamente.

—Hueles a vainilla.

Arqueó las cejas y sonrió, más si cabía. Diría incluso que se ruborizó.

—Verás —comencé a explicarme—, he estado leyendo sobre el tema. Cada vez que apareces a mi lado, además de llevarme un susto considerable, percibo un cierto olor a libro antiguo…

—¿Me estás llamando vieja? —usó su mirada. Esa mirada avinagrada.

—No. Deja que acabe, por favor. La cuestión es que ese olor, poco después de que desaparezcas, se diluye en el ambiente y deja de ser perceptible. Mientras estás, huele a papel antiguo. Es un olor dulce, pero no en exceso —empezó a mudar de nuevo la expresión de su cara hacia algo parecido a una sonrisa—. Un día me puse a leer sobre el tema y, tras revolotear por algunas webs, descubrí que los libros antiguos tienen un olor característico, dulce y delicado, parecido al de la vainilla.

—Vaya.

—El papel de los libros, aunque lentamente, se deteriora con el paso de los años, desprendiendo una sustancia llamada lignina. Cuanto más tiempo pasa, más fuerte es el olor que desprende el libro. Por eso las bibliotecas y los libros viejos huelen tan bien.

—Anonadada me hallo.

Le sonreí de nuevo. Sara es una mujer difícil de impresionar y a la que, con el tiempo, me he acostumbrado. Ella también se ha acostumbrado a mí. Se le nota en el carácter. Está más suave conmigo.

—Bueno, ¿qué hacías? —preguntó.

—Ah, pues estaba con una escena del proyecto nuevo —me giré hacia el ordenador para leérsela—. Creo que tiene buena pinta y… —me quedé sin habla.

—¿Qué ocurre?

El ordenador se había suspendido y tras esto, se había quedado colgado.

—Me cago en todo. Joder, joder, joder…

—Cielo, ¿qué te pasa? —insistió, con una notable sorna.

—Que se me ha... —golpeé el ratón contra la mesa— Que se me ha colgado el ordenador —volví a golpearlo—. Y no he guardado.

Empezó a partirse de risa. Se reía con ganas, como el diablo envuelto en llamas con una lanza en la mano y haciendo terroríficos aspavientos. Hacía tiempo que no se reía de aquella manera tan despiadada. Me giré hacia ella de nuevo.

—Ya te vale.

Se enjugó las lágrimas e intentó contestarme.

—¿A mí? ¿Ya me vale a mí? —rió de nuevo— ¿Quién no ha guardado el documento, chaval?

Me mordí la lengua mientras la veía calmarse. Tenía razón. El fallo había sido mío.

—Ni siquiera recuerdo la última frase de la escena. La que me había costado tanto.

—¡Ah! —exclamó— Espera, espera, yo la tengo —de repente se puso seria, carraspeó y me miró con odio—, «Nunca dejaré de perseguirte. Jamás podrás escapar de mí».

Y volvió a partirse el culo. Mi musa, la suave.

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