Páginas

viernes, 21 de diciembre de 2012

Mi peculiar cuento de Navidad

— ¡Si no paro ahora, voy a desmayarme! —gritó Ángela, ahogándose con su propia voz y agachándose para darle una tregua a sus piernas.
— ¡No podemos parar ahora! —contestó Raúl, desgañitándose a unos metros de distancia de ella— ¡No sabemos qué hacer! Y además… ¡ya has visto lo que le ha pasado al todoterreno!
— ¡Es lo de los mayas! ¡Lo de los mayas!



Raúl tragó saliva y lo recordó. Llevaban diez minutos corriendo. Sin parar.

El primer temblor les sorprendió mientras entraban con el coche en el garaje. Vieron cómo las luces del aparcamiento se apagaban al mismo tiempo que las de emergencia se iluminaban. Por poco tiempo. Justo después vieron como una docena de columnas empezaban a resquebrajarse y a ceder poco a poco ante el peso del edificio. Tuvieron el tiempo justo para dar marcha atrás por la rampa del garaje a toda velocidad y ver cómo el edificio se derrumbaba ante sus ojos, llenándolo todo de polvo, escombros y gritos. Un infierno de voces que morían. Un paisaje aterrador que ponía la carne de gallina y no daba oportunidad ni tiempo para pensar.

El segundo temblor fue aun peor. No habían acabado de reponerse de aquella imagen cuando vieron la bola de fuego azul que venía hacia ellos. El temblor abrió por la mitad la calle y los dejó expuestos al meteorito, que se acercaba a toda velocidad.

— ¡CORRE! ¡CORRE, ÁNGELA! —gritó Raúl, mientras se quitaba el cinturón.
 
Salieron los dos del coche tan rápido como pudieron y, a medida que se acercaba la enorme y llameante masa azul, todos los cristales estallaban en mil pedazos y todos los coches de la calle se elevaban del suelo varios metros. El meteorito impactó de lleno sobre el Cherokee y la explosión provocó una onda expansiva que lanzó todo aquello a su alrededor más de diez metros a la redonda. El coche acabó carbonizado y partido en dos. Una mitad, hundida en el pavimento. La otra destrozó la fuente de una rotonda, varias manzanas más allá.
 
— ¡Ángela, Ángela! —gritaba Raúl, escondido tras un contenedor volcado— ¿Estás ahí?
 
La gente corría de un lado a otro sin dejar de llorar. Nadie sabía por dónde tirar. Nadie sabía dónde estarían seguros. Los edificios caían, las calles no eran seguras y daba la impresión de que esconderse bajo tierra no era una idea mejor que quedarse a la intemperie. Raúl miraba, horrorizado, como una pareja de niños lloraba en plena calle, buscando a sus padres. De nuevo, indecisión. Si salir corriendo en busca de Ángela o si ir a por los niños perdidos. La indecisión le duró lo que tardó en aparecer una chica, algo mayor que él, corriendo hacia los críos.

— ¿Raúl?... ¡¿Raúl?!
— ¡Ángela! ¿Dónde estás?
— ¡Estoy en la furgoneta blanca! ¡Aquí!
 
Se empezó a incorporar y mientras lo hacía escuchó un silbido agudo y estridente. No le dio tiempo ni siquiera a taparse los oídos. Tuvo el tiempo justo para ver cómo un nuevo meteorito reventaba la furgoneta de color blanco y la elevaba tres pisos.
 
— ¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!
 
 
— ¿No qué?
— ¿Uh? ¿Eh? —balbuceó un José extenuado.
— Hijo, ¿qué tienes? ¿estás atontao o qué?
— Mamá… Eh... pero...
— ¿Pero qué? ¿Ya estás otra vez escribiendo hasta las tantas? ¡Mira que son las tres de la madrugada y mañana tienes que madrugar! —dijo su madre, al mismo tiempo que cerraba la persiana y las cortinas— ¡Al final, siempre tengo yo que apagarte las luces y decirte que te acuestes, que es tarde!
— Mamá, mamá... ¿Qué día es hoy?
— ¿Qué? ¿Hoy? Es día veintidós, ¿no? —preguntó su madre, pensativa.
— ¿Cómo?
— Veintidós, creo. ¿Por qué? ¿Qué pasa?
— Mamá… ¡Estamos vivos!... ¡Vivos! ¡Hemos sobrevivido, mamá! ¡Es día veintidós y seguimos vivos!
— José… ¿Has empezado a fumar algo? ¿O es el internet este, que te mete cosas en el cerebro?
— Mamá, ¡te quiero! —dijo José, tirándose a los brazos de su madre.
— Y yo, hijo, y yo… —le contestó ella, sonriendo.
— ¡Feliz navidad, mamá!
— Aún quedan dos días para Nochebuena, pero feliz navidad, hijo mío. Feliz navidad. Y acuéstate.
 
------------
 
Aprovecho este artículo para desearos unas felicísimas fiestas. Que a poder ser, estos días los males sean menos y los buenos momentos desplacen a la pena y la tristeza. Que os rodeéis de los vuestros, que los disfrutéis, que los achuchéis y acariciéis. Que saboreéis cada momento como lo haríais con un bombón de los caros. Que no os privéis de nada y podais enorgulleceros de cómo habéis celebrado el final de un año que para algunos ha sido bueno, pero que para la mayoría ha resultado bastante duro.
 
Brindaré por todos vosotros y brindaré por que sigáis visitándome para seguiros contando mis locuras, porque como véis, el mundo no ha acabado. No todavía.
 
Feliz navidad y grandísimo dos mil trece.
Un achuchón fuerte.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.