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lunes, 10 de diciembre de 2012

Realidad paralela #2: Debiste dejarla en paz

He hecho pocas cosas en mi vida que se escapen de lo corriente. Por lo general, he sido un hombre sencillo y que no se ha salido de la línea que se supone debemos seguir en la vida para no acabar estropeándolo todo. Hasta ahora.
 
Estudié lo que mis padres me dejaron, trabajé lo que pude aguantar y desde que tuvimos aquél accidente, de la pensión no me sobra nada. Más bien me falta. Las ayudas pierden el significado de su nombre cuando se trata de criar a una niña entre tanto problema. Huérfana de madre desde los cinco y con un padre lisiado que no puede ni pagar el alquiler. De tanto malabar en el circo del dinero he olvidado lo que siente uno cuando se da un capricho.
 
Trabajo a escondidas para ella, pues es la única que me ilumina con la luz de su mirada, con sus risas y explicaciones. Con sus chorradas, que para mí son como cuentos maravillosos con los que me quedo embobado. Somos ella y yo, familia de dos, que compartimos a diario nuestras pequeñeces y las hacemos grandes sólo con la atención del otro. Ella tiene su mundo. Para mí, mi mundo es ella.

 
Porque esa niña es la única razón por la que desde aquél día sigo vivo. Porque es todo lo que me queda de una vida en la que era feliz sin necesidad de abrir los ojos, sólo sabiendo que las tenía a mi lado. No se podía pedir más. Lo tenía todo con ellas y por Dios que no me tiembla el pulso cuando digo que hubiera podido vivir mil años alimentándome únicamente de sus voces. Aquél día mi mundo estalló en mil pedazos, cual espejo tirado al vacío de un ático. Todos los trozos que quedaron de mi vida quedaron esparcidos en aquél arcén, junto a ella. Mi vida. Todo lo que me quedó de una existencia plena y feliz fue el fruto de nuestro amor cómplice, de nuestra increíble historia apasionada. Nuestra hija. Yo mismo tuve que sacarla de aquella jaula de hierro, cristal y sangre. Tenía que cuidar lo poco que me quedaba de nosotros.
 
Por eso he tenido que hacer lo que he hecho. Y volvería a hacerlo, sin duda. No me arrepiento porque aquél día juré que mataría a cualquiera que se atreviera a hacerle daño a mi niña. Es lo único que queda de mi vida, y sin ella no tengo absolutamente nada más por lo que luchar.
 
Llegó un momento en que de verdad pensaba que bastaría con tirarme un mes entero ridiculizándote en la puerta del colegio, con hablar con tus amigos, pero no. Te reías de mí y te tirabas los días diciendo que todo era falso, que yo estaba enfermo. Enfermo, decías. Serás cabrón. Tras un mes intentándolo, agotaste mi paciencia definitivamente cuando anoche la vi llorar de nuevo. Chaval, la cagaste. Lo siento pero la cagaste.
 
Por eso ahora ya me da igual, porque te la has ganado y quien me busca, me encuentra. Ahora me río yo. Ahora ya no podrás correr detrás de ella para hacerle daño. Ni podrás gritarle aquellas cosas que me daban tanto asco. Ya no podrás llamarla y quedarte callado mientras la asustas, ni tampoco podrás hacerle tanto daño en el puto Facebook. Se te ha acabado el chollo, hijo de puta, y a mi niña no vas a volver a tocarla. Nunca más.
 
Buena suerte en el infierno, desgraciado.
 
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Este artículo forma parte de una serie de relatos basados en noticias reales. Cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia, y sí una interpretación paralela. No se pretende nada más que tomar una base para crear una historia alternativa con unos personajes ficticios y un ritmo narrativo distinto. Cualquier disconformidad con este artículo deberá ser dirigida al autor, quien no dudará en caso justificado en eliminar dicho contenido, si este ocasionase perjuicio alguno.
 

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