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miércoles, 19 de diciembre de 2012

Tan cerca... Tan lejos

Qué difícil de entender y qué duro de asimilar que aun teniéndola a su lado, ella no le notara consigo. Que no supiera que le tenía cerca, prácticamente pegado a su piel.
 
Desde el mismo momento en que notó la punzada en el costado entendió que la siguiente realidad iba a ser distinta a todo. No sintió ni siquiera cómo la hoja de acero se retorcía en sus pulmones. No dio tiempo a tanto. Directamente cayó al suelo, desprendiéndose de su mochila y bañando el suelo del vestuario de sangre. Inerte. Muerto.
 
Sucedió ayer y parecía que hubieran pasado meses desde entonces. Que si la espera a ser visto, que si la visita de la policía, que si el traslado al tanatorio y la larga estancia en la camilla… Ningún día de su vida había sido tan angustioso como aquél. No podía más que esperar a que desapareciera el vínculo entre alma y cuerpo para separarse del cadáver, y eso no ocurrió hasta bien entrada la noche. Estaba ansioso por abandonar el cuerpo para ir a verla y no entendía por qué ella no había ido ni tan siquiera para asegurarse de que la víctima había sido él.
 
Deseaba verla y calmarla. Decirle que estaba bien, que había sido doloroso pero que apenas había sufrido. Estaba tan preocupado por ella y por la gente de su entorno que no se había parado a pensar en que habían acabado con su vida. Que le habían asesinado de un machetazo en el pulmón. Después se daba cuenta de su realidad y se lamentaba de no poder hacer nada en absoluto.
 
De camino a su casa caminó por barrios y parques que le habían visto crecer. Se cruzó con vecinos y amigos que no notaron su paso y a los que no pudo prestar demasiada atención porque lo que ansiaba era llegar a ella y, de alguna manera, transmitirle paz. Todos estaban destrozados. Conformaban una comunidad de pena y desazón que inundaba las calles de la más absoluta tristeza.
 
Al fin, llegó a casa, encontrando allí a su familia. Se arropaban unos a otros, enjugándose las lágrimas y sonriendo al ver sus fotos. Estaban sus padres, sus hermanos, su chica y otros familiares. Estaban también sus mejores amigos, algunos compañeros del trabajo y por supuesto, su mascota. Buscó entre la muchedumbre a su amor y la encontró en la que hasta entonces había sido su habitación, pidiéndole a su amiga que contuviera a la familia en el comedor por unos minutos, que en seguida volvía. Estaba preciosa como el día en que la vio por primera vez. Estaba tranquila y transmitía paz, como de costumbre cuando estaba a su lado.
 
Se sentó en la cama y se miró al espejo. Lo que veía en él era una mujer joven, guapa, enamorada y con una vida plena, pero viuda. Sola. Tenía un ejército de amor a su disposición en el comedor, pero se sentía tremendamente sola. Sola como sólo puede sentirse alguien a quien han arrebatado lo único que podía llenarle de vida. Sola como alguien que tenía sentado a milímetros de ella y de quien no tendría noticias nunca más.
 
Qué difícil de entender y qué duro de asimilar que aun teniéndola a su lado, ella no le notara consigo. Que no supiera que le tenía cerca, prácticamente pegado a su piel.

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