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viernes, 21 de diciembre de 2012

Una ración de dulzura e inocencia... por Navidad

El mes pasado escribí un artículo sobre la inocencia de los niños. A ver a ver... ¡Aquí está!
 
El caso es que se me hace muy difícil no contaros lo que sucedió hace un par de días, en una pequeña conversación entre mis dos amores. Lo que voy a transcribiros pasó de verdad. La cosa fue tal que así:
 
— Bueno, peque, ¿y qué has pedido a Papá Noel?
— ¡Buf! Un montón de cosas —dijo el enano, sonriendo—. Creo que no me lo van a traer todo, porque dice la yaya que Papá Noel también está en crisis, y yo le he dicho que no, que Papá Noel no gasta dinero.
— Bueno, pero ¿qué has pedido? —preguntó su madre, conteniendo la risa—.
— Pues unas gafas para espiar a la gente —risas traviesas—, un helicóptero con una cámara para grabar...
— ¡Ala, qué de cosas! —cortó ella.
— Sí, pero mamá —dejó de sonreir—, hay una cosa que no tengo muy clara —dijo él, haciendo un juego de manos para hacerse el interesante.
— ¿El qué, peque?
— Creo que en casa de Marga los regalos son comprados —dijo él, con tono serio y rotundo.
— ¿Qué? —preguntó ella, un tanto confusa— ¿Cómo que son comprados?
 
En ese momento, la conversación se tiñó de un color más oscuro.
 
— Porque mamá... ¡Papá Noel no puede traerme ropa! Y creo que va a traerme ropa, ¡como el año pasado! ¡Y Papá Noel no trae ropa!
 
En ese momento, los tres estallamos en carcajadas. Claro está, las suyas eran unas carcajadas menos cómicas que las nuestras. Las suyas eran más bien de resignación.
 
Eran carcajadas dulces e inocentes.
Qué guay es ser niño. Jo.

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