Páginas

domingo, 15 de noviembre de 2020

Minirelato: Un esfuerzo más siempre vale la pena

—Ma Rosi, ¿nos quedarnos un rato más? —preguntó Tino, con aquella sinvergonzonería y voz de pito que todos hemos tenido a los siete años.

Ma Rosi asintió con una sonrisa desde el banco donde se encontraba sentada a la vez que le hacía una trenza en el pelo a Nora, que miraba también a sus hermanos con cara desenfadada. Únicamente ataviados con viejos pantalones cortos, Tino y Fede jugaban a mojarse en la fuente del parque, llamando la atención del resto de niños y padres y escandalizando a todos por igual.

Se llamaba Rosana, pero este era un nombre demasiado solemne para sus hermanos pequeños, que además necesitaban llamarla “mamá” de alguna manera. A sus catorce años, llevaba ya tres ejerciendo ese papel que, irremediablemente, había condicionado su vida para siempre.

Era alta y delgada como las modelos de los carteles de las paradas de autobús. Tenía la piel morena y los ojos color miel. Su cabello, de un negro tizón, era largo y no se lo cuidaba en exceso. No solía llevar bisutería ni complementos, pues, aunque había visto pendientes, collares, pulseras y anillos de su agrado en algunos puestos del mercadillo, los consideraba un lujo que no podía ni debía permitirse.

—Pero bueno, chiquilla —intervino de pronto una indignada señora—, ¿esos niños son familia tuya?

No hubo respuesta. Una furtiva mirada hacia sus hermanos bastó para que Tino y Fede dejasen de salpicarse y salieran de la fuente como alma que lleva el diablo. Al mismo tiempo, Rosana se levantó del banco, cogió con la mano derecha las dos garrafas de agua que previamente había rellenado y con la izquierda agarró la manita de la pequeña Nora.

—Muchacha, te he hecho una pregunta —insistió la mujer, persiguiendo a las niñas y exigiendo una explicación.

—¡No le va a contestar, señora! —gritó Fede mientras se sacudía el pelo a la vez que corría junto a Tino detrás de sus hermanas.

—¿Ah no? ¿Y eso por qué, mal educado?

El más pequeño de los niños se detuvo un instante junto a ella.

—Ma Rosi no habla —sentenció.

—¿Qué dices tú? ¿Qué es eso de que no habla?

—Está muda —y dibujó una cremallera sobre sus labios—. No habla. Todas las mañanas nos lleva al colegio y por la tarde nos trae al parque, ¡Y hoy estaba cansada, porque le ha tocao ir al mercao, pero nos ha dejao bañarnos en la fuente! ¡Pero tranquila, ya nos vamos!

Y, con una reverencia, Fede salió voceando y corriendo tras sus hermanos, que ya estaban a una distancia considerable y no paraban de reír y bailar. Los cuatro vestían harapos y dos de ellos iban descalzos, pero eran la familia más feliz del mundo.

De camino al poblado, Ma Rosi miraba a sus hermanos y sentía que pesar del cansancio, de las responsabilidades, de la pena, de las largas noches y de los muchos obstáculos que se encontraba en su día a día, por ver a sus hermanos pequeños sonreír y vivir esos momentos de felicidad, un esfuerzo más siempre valía la pena.

¡Gracias a Bernat por la frase!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.