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martes, 17 de noviembre de 2020

Minirelato: Y de repente apareció él con su sombrero de copa y su brillante sonrisa

—Esta Nochevieja va a ser patética.

—Vamos, Luna —contestó su hermana a la vez que desenchufaba la plancha y recogía la mesa de planchar—, no te pongas de nuevo en plan víctima. Sabes que a mamá le hace mucha ilusión celebrar esta noche en familia. Ya son unos cuantos años sin ti por estas fechas. ¿Cuánto hace que no estamos todos? ¿Cinco, seis años?

—Cuatro. Y no estamos todos —dijo Luna de forma cortante.

—Ya… —suspiró Andrea, a la vez que se sentaba junto a ella—. Lo siento mucho, hermanita, pero tienes que pasar página y hacerte ya a la idea de que se ha terminado.

—¡Qué fácil lo ves tú todo! Como se nota que tienes a Leo a tu lado.

—Bonita —le dijo sonriendo—, todo ha terminado entre vosotros porque fuiste precisamente tú la que le dijo que estabas cansada y que necesitabas un tiempo.

Las hermanas, aunque estaban pegadas la una a la otra, se giraron para mirarse frente al enorme espejo de la pared. Estaban sentadas sobre una cama deshecha y llena de ropa, complementos, perchas y zapatos. Estaban a medio vestir y a un par de horas de la última cena del año.

—Venga —dijo Andrea, dando una palmada—, vamos a ponerte guapa.

En la casa ya se respiraba un aire propio de las noches importantes de la Navidad. Mamá había puesto villancicos y preparaba su ropa de gala. Papá se afeitaba en el aseo junto al pequeño Mario, que copiaba cada gesto subido en su taburete. Para Luna era la primera Nochevieja que iba a celebrar con su familia en los últimos cuatro años, pues todo ese tiempo atrás había pasado siempre las Navidades en Zúrich. Formaba parte de un grupo de sanitarios españoles que emigraron a Suiza por cuestiones de trabajo y que en el ámbito social eran como una familia. Celebraban la Semana Santa, el día del trabajador, el día de la Hispanidad… Y cuando llegaban las Navidades se organizaban con precisión quirúrgica para que no le faltase de nada a quien debía pasar esa temporada lejos de España. Y fue en ese grupo donde conoció a Pedro.

Formaban una pareja tan pintoresca como maravillosa. Dos españoles en Suiza; una mallorquina y un cordobés. Habían pasado los últimos tres años (y las últimas tres Nocheviejas) rodeados de suizos, sí, pero fuera de sus jornadas laborales convivían con catalanes, madrileños, extremeños, valencianos… Sin embargo, tras romper definitivamente la relación, la de este año iba a ser la primera Navidad lejos de lo que hasta ese momento habían considerado su nuevo hogar. Luna decidió volver a casa.

La familia fue a cenar a un restaurante con espectáculo y la velada no pudo ser más agradable. La cena fue exquisita y casi toda la familia disfrutaba de lo lindo de la fiesta. Mamá no paraba de salir a bailar con papá a cada ocasión que se les presentaba. Andrea y Leo formaban un tándem perfecto y, cuando no se comían con la mirada, se encargaban de hacer que Mario soltase un ratito el móvil y también participase de la fiesta. Luna agradeció los esfuerzos de todos, pero no dejaba de sentirse fuera de onda. Le fue inevitable recordar cómo había celebrado la última Nochevieja.

Habían improvisado una paella. A falta de uvas, terminaron despidiendo el año comiendo pasas alrededor de una mesa repleta de botellines vacíos de cerveza suiza. Dulces típicos de la zona, música pop española y una noche de risas rodeada de sus mejores amigas y amigos. Pedro no se separó de ella ni un segundo e hizo que jamás se olvidase de aquella noche. Extrañaba a sus amigas. Echaba en falta los brazos de Pedro. Hubiera dado lo que fuera por retroceder en el tiempo, volver al aeropuerto y no decirle aquellas palabras.

Poco antes de la medianoche, cuando muchos acostumbraban a desabrocharse algún botón de la camisa o aflojar la presión de los cinturones y los postres comenzaban a poblar todas las mesas, subió al escenario el metre del restaurante.

—¡Antes de despedirnos de este año, queremos brindaros unos minutos de magia! —dijo con una alegría desmedida— Por favor, ¡recibamos con un caluroso aplauso al Mago Robert!

Y de repente apareció él con su sombrero de copa y su brillante sonrisa. Todos los comensales rompieron a aplaudir. Mario estaba fuera de sí. Sus padres, su hermana y su cuñado aplaudían y alucinaban con la sorpresa.

No se lo podía creer. Después de tantos años, al final había acabado celebrando de nuevo la Nochevieja con su familia en un restaurante y viendo a un señor mayor hacer magia antes de tomarse las uvas. Un auténtico planazo.

—¡Muchas gracias, amado público! ¡Muchas gracias! Sabemos que este año no ha sido un año fácil para muchos, ¿verdad? —comenzó a decir el mago— Y seguro que muchos de vosotros estáis deseando pedir vuestro deseo de fin de año para ver si el 2019 se porta mejor que este año.

—Patético —susurró Luna.

—Yo os voy a hacer un favor —Y, poco a poco, se hizo el silencio—. Quiero, por favor, que todos y todas cerréis los ojos y penséis en esa persona que ahora mismo os falta. Pensad en ella como si, haciéndolo, pudierais traerla aquí esta noche, a vuestro lado. Quiero que penséis en cómo os sentiríais con ella. En cómo cambiaría todo si pudiera estar aquí, formando parte de esta fiesta.

El salón, además de enmudecido, se tiñó de recuerdos y deseos. De lamentos y sonrisas. Los hombres y mujeres de la sala, como si fueran escolares, mantenían los ojos cerrados y pensaban en sus seres queridos. Los más escépticos solo sonreían mirando a los demás. Luna observaba como todos los miembros de su familia mantenían los ojos cerrados. Su madre, que los abrió por un momento, sonrió y le hizo un ademán con la cabeza para que ella también participase en el juego. Luna cerró los ojos.

—Eso es —prosiguió el Mago Robert con voz sosegada—. Seguro que esta noche sería mejor con esa persona, ¿verdad? Ellos y ellas lo saben, por eso os acompañan y, en cierto modo, están aquí con nosotros. Os prometo que esas personas están más cerca de vosotros de lo que podéis imaginar. Podéis abrir los ojos. Y ahora, ¡démosle un aplauso a la gente que queremos y no puede estar aquí esta noche! ¡Un aplauso para ellos!

Y el público rompió de nuevo en vítores y aplausos y dio comienzo el show de magia.

—¿Cómo estás? —preguntó Andrea entre tanto alboroto.

—Bien —sonrió Luna—, estoy a gusto.

Andrea sonrió, asintiendo.

—¿Qué pasa? —preguntó Luna, sorprendida.

—Deberías girarte —y Andrea hizo mover en círculos el dedo índice—. Creo que alguien te espera.

Luna comenzó a sentir palpitaciones en el cuello y un tremendo calor le brotó de lo más profundo de su ser. Quería y no quería mirar. Quería porque si lo que más deseaba estaba esperándole a unos metros definitivamente iba a ser la mejor Nochevieja de su vida. Si no quería girarse era para no llevarse una tremenda decepción si el que estaba allí no era él.

—Hola —dijo Pedro sonriendo y con una bolsa de pasas en la mano—, ¿llego a tiempo?

Nota: Este minirelato continúa en un artículo posterior. Puedes leer la segunda parte aquí.

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