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martes, 10 de noviembre de 2020

El sustituto

El ruido en el aula de tercero de primaria en los primeros minutos de aquella mañana de lunes era constante. Todos los niños y niñas estaban nerviosos tras el fin de semana y unos a otros se contaban lo que habían hecho durante el finde. De repente, la directoria del colegio entró por la puerta de la clase.

—¡Niñas, niños, un poco de atención! —dijo la directora— Tengo algo importante que deciros.

El griterío de todos los alumnos se fue convirtiendo en susurros. Los susurros dieron paso al silencio poco después.

—Os recuerdo que el concurso del colegio de historias de miedo para Halloween es la próxima semana. Tenéis que escribir una historia de auténtico terror y entregársela a Marina, vuestra profesora.

Qué extraño… Durante el fin de semana, los niños y niñas de tercero se habían enterado de un rumor que decía que Marina, su tutora, había enfermado y no iba a darles clase durante un tiempo. Ya en el patio, antes de subir a la clase, se lo habían empezado a decir unos a otros.

—Sin embargo —continuó la directora—, Marina no va a poder recibir vuestras historias. Va a estar unas semanas sin venir al colegio —La sorpresa se adueñó de las caras de las niñas y niños del aula. ¡Los rumores eran ciertos! Los cuchicheos volvieron a resonar y la directora tuvo que volver a pedir calma.

—Chicos… Va, dejadme explicaros. Marina ha tenido un accidente doméstico; se ha dado un golpe en el dedo pequeño del pie con la pata de una mesa y no puede caminar. Mientras tanto, el Señor Alexander será vuestro profesor sustituto…

En ese momento, una sombra enorme se coló por la puerta de la clase y dejó entrever un curioso abrigo lleno de plumas negras. A continuación, un gran sombrero negro y una pálida mano que se apoyaba sobre un paraguas de color negro apareció en el quicio de la puerta e inmediatamente después hizo su aparición el Señor Alexander. Con melena negra, bigote negro y ropajes negros, el señor de nariz puntiaguda y dentadura reluciente comenzó a pasearse entre los alumnos mirándolos con una enorme y amenazadora sonrisa en la cara.

—Hola, niños —dijo el nuevo profesor, paseándose entre los alumnos— ¿Se os ha comido la lengua el gato?

No se oía ni el vuelo de una mosca. Niñas y niños se quedaron petrificados al ver a un señor tan alto, tan pálido, tan tenebroso y con una forma de sonreír tan poco habitual.

—Esperamos que la estancia en el colegio sea cómoda para todos —dijo la directora, que estaba realmente nerviosa—. Es un placer tenerle aquí, Señor Alexander. Niños, sed educados con él y atended siempre cuando os dé clase…

La directora cerró los ojos y empezó a tocarse la cabeza con las manos, como si le doliera mucho.

—Señora directora, ¿se encuentra bien? —preguntó uno de los niños de la primera fila.

—Sí, me encuentro bien, pero..

Y a la directora empezaron a caérsele los dientes. En seguida, puso sus manos a modo de cuenco bajo su barbilla para que no se le cayeran al suelo, pero inmediatamente después se le cayó una oreja encima de la mesa. Las niñas y niños empezaron a gritar horrorizados y a llevarse las manos a la boca, temblando.

La directora también gritaba, asustada y confundida. No entendía qué le estaba pasando, pero la piel de la cara empezaba a salpicarle la ropa y las manos ya no eran de color carne; eran huesos. Se estaba derritiendo. Se le cayeron los ojos que comenzaron a rodar por la mesa del profesor. La mandíbula se le cayó y golpeó el canto de la mesa desperdigando el resto de los dientes por el suelo. Los niños chillaban al ver su lengua colgando sobre su cuello y como la directora se estaba convirtiendo en un asqueroso esqueleto. Corriendo, los niños y niñas se levantaron de sus mesas y comenzaron a correr hacia la salida para escapar, pero antes de que pudieran llegar a ella, la puerta se cerró con un estruendo que agrietó las baldosas de la pared e hizo resquebrajar el suelo del aula.

El Señor Alexander contemplaba a todos los alumnos y alumnas con una amplia sonrisa y con los ojos abiertos como platos mientras ellos seguían chillando, llorando y corriendo en todas direcciones. Mientras tanto, la directora, derretida, chorreaba sobre la mesa del profesor.

—Silencio —dijo el Señor Alexander. Su voz resonó como mil cuchillas arañando la pizarra. Como mil puertas oxidadas abriéndose y cerrándose.

Los niños, totalmente aterrorizados, se giraron hacia él y le suplicaron que no les hiciera daño.

—¡He dicho que os calléis! —Y el Señor Alexander abrió su enorme boca y arrancó de un mordisco la cabeza de David, uno de los niños que más gritaba hasta ese momento. El cuerpo decapitado del niño cayó al suelo mientras el Señor Alexander masticaba con una sonrisa maléfica que dejaba ver el pelo de la cabeza de David entre los dientes. Las niñas y niños seguían chillando, pero unos a otros se aconsejaban guardar silencio, pues ellos podían ser los siguientes.

—Vengo buscando a quien no cree en el demonio —dijo el Señor Alexander, dejando su paraguas sobre una mesa—. Sé de buena tinta que en esta clase hay un niño o una niña capaz de no asustarse ante mí.

Los susurros y sollozos eran constantes en el grupo de niños agolpados en la puerta de la clase. Se miraban unos a otros sin saber bien qué decir o qué hacer, y esperando que el Señor Alexander dijera algo más.

—Es una pena lo que le ha ocurrido a David. También lo de la señora directora, no es para menos, pero esa mujer… ¡Era tan pesada! Pero, en fin, ahora que estamos reunidos sin que nadie más nos moleste… ¿Dónde está esa valiente criatura? ¿Quién de vosotros no cree en mí?

Los niños se preguntaban unos a otros de quién estaba hablando el Señor Alexander. ¿Quién sería tan valiente de no creer en el mismísimo demonio?

—¡Vale, no pasa nada! ¡Que levante la mano quien quiera salir de aquí antes que sus compañeros! —exclamó el Señor Alexander.

En ese momento, tal y como Duna levantó su mano mientras daba saltitos y gritaba “¡yo, yo, por favor!” la niña vio como desde la punta de los dedos la piel se le empezaba a lonchear. Como si de una barra de pan se tratase, los dedos de la mano comenzaron a caer al suelo en rebanadas. Después de los dedos, la palma de la mano y la muñeca. El antebrazo, el codo, el resto del brazo… Los niños comenzaban de nuevo a chillar y se apartaban de ella mientras Duna se tocaba asustada el brazo e intentaba agarrar cada pedazo que se le caía al suelo. Pasados unos segundos de auténtico terror, Duna ya no se movía, pues la cabeza, el pecho y el resto del cuerpo habían empezado a despedazarse y se había formado un montículo de trozos de Duna junto al resto de niños, que lloraban desconsolados.

—Creo que ya está bien, ¿no crees? —dijo una voz desde el fondo de la clase.

El demonio se giró de inmediato hacia aquella voz. No la había oído hasta ese momento y tampoco había caído en que, al final de la clase, sentada todavía en su mesa, había una niña.

—¿Has sido tú? —preguntó él—. ¿Eres tú la personita que vengo a buscar?

—Si soy yo, estás perdiendo el tiempo —contestó la niña.

Los niños y niñas del aula enmudecieron. No entendían qué pasaba, pero veían en su compañera mucho valor y lo que es mejor, ningún miedo a hablar con ese ser demoníaco.

—¿Eres Carla? ¿Aquella a la que los demonios llaman La Valiente?

Por fin, Carla separó su vista del folio en el que estaba dibujando para mirar a los ojos al Señor Alexander.

—Eres demasiado lento —dijo sonriendo.

Y levantó el folio en el que tenía dibujado al Señor Alexander, el impostor. Un señor vestido de negro, con abrigo, paraguas y sombrero que miraba de forma aterradora y que desprendía un humo rojo. Le mostró el dibujo sujetando la hoja con las dos manos mientras clavaba su mirada en los ojos del demonio vestido de negro. Por primera vez, el Señor Alexander abrió la boca para decir algo con cara de profundo terror y, a la vez que comenzaba a gritar, Carla comenzaba a romper el dibujo por la mitad.

—¡¡¡NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO…!!!

Al demonio comenzaron a salírsele los ojos de las órbitas mientras gritaba horrorizado. Comenzó a correr en dirección a la niña para tratar de evitar que rompiera en pedazos el dibujo, pero a cada paso que daba, el dolor que sufría aumentaba más y más. Comenzaron a rompérsele las piernas como si fueran botellas de cristal golpeadas contra el suelo. Continuó arrastrándose por el aula reptando como una serpiente. Carla continuaba rompiendo el dibujo mientras le miraba fijamente. Al demonio cada vez le costaba más moverse, porque ya tampoco tenía brazos. Se le habían convertido en polvo.

Los niños comenzaron a mirarse unos a otros, sorprendidos, y vieron como el Señor Alexander continuaba avanzando, aunque se debilitaba a cada segundo que pasaba. Carla era la heroína de la clase y debían ayudarla todos juntos. Rápidamente, comenzaron a levantarse del suelo y volcaron todas las mesas, sillas y mochilas sobre lo que quedaba del demonio. Aunque intentaba escurrirse de todo lo que le tiraban encima, inevitablemente cada vez era más torpe.

—¡Nooooo… puedeeeee…. seeeeeeeeeer!! —gritó el demonio desesperadamente mientras se acercaba a menos de un metro de la niña.

Carla terminó de romper por la mitad el dibujo del Señor Alexander en el mismo instante en que la cabeza del deforme profesor sustituto abría la boca para morderle. Justo en el momento en que la hoja terminó de partirse en dos, la cabeza del demonio estalló en mil pedazos, lanzando cucarachas, gusanos y larvas por toda la clase.

Los niños comenzaron a gritar emocionados mientras daban saltos de alegría al ver que el cuerpo del Señor Alexander había desaparecido y que solo quedaban su ropa, su sombrero y su paraguas. Se sorprendieron muchísimo al ver que el cristal, el polvo y los insectos que habían sido expulsados del cuerpo del demonio se habían evaporado. Todos aplaudían y celebraban la muerte del demonio alrededor de Carla cuando ella, por fin, volvió en sí y reaccionó ante la alegría de todos sus amigos y amigas.

—¿Carla? ¿Qué haces? —preguntó la directora.

Carla agitó la cabeza, parpadeó un par de veces y volvió en sí. La directora estaba viva.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, señora directora. Estaba distraída —contestó Carla.

—Os he estado comentando que la semana que viene es el concurso del colegio de historias de miedo para Halloween. Todos tus compañeros se han emocionado un montón, pero tú has empezado a apuntar cosas en tu cuaderno y ya no me has atendido. Ya hace un rato que se han ido todos al patio.

—Yo... Lo siento, estaba tomando notas —contestó de nuevo—. ¿Al patio? ¿Por qué?

—Bueno… —contestó la señora directora—, Marina no ha podido venir hoy. Se dio un golpe en el pie y va a estar unos días sin venir al colegio. En un rato llegará su sustituto. Mientras tanto, podéis salir al patio a jugar.

—¿Sustituto? —preguntó Carla— ¿Cómo se llama el sustituto?

—Es el Señor Alexander. De hecho, ya tiene que estar al llegar.

De repente, a través de las ventanas comenzaron a llegar desde el patio los desgarradores gritos de los niños.

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