Páginas

lunes, 16 de noviembre de 2020

Minirelato: Llovía, pero no era algo que le preocupara

Llovía, pero no era algo que le preocupara. Ya no.

Se limitó a guarecerse y a observar cómo todo se mojaba y se nutría a su alrededor. Notaba como todo aquello que le rodeaba parecía estar agradecido por la lluvia. Vivir en una zona montañosa tiene eso; que el bosque necesita de lluvia de tanto en tanto.

Se puso a pensar en la primera vez que ocurrió.

Por aquél entonces era mucho más joven y fuerte, claro. También más ingenuo y cobarde, todo sea dicho. Su familia fue a recogerle y, cuando apenas habían llegado a casa, a todos les sorprendió una tromba de agua de las que hacen historia. Fue una sensación aterradora sentir el golpeo de la lluvia en el techo del coche y después sentirlo por todo el cuerpo al salir del auto. En el camino al porche de la casa dio tiempo a que la tormenta les dejase a todos chorreando y calados de frío. Tras un buen baño de agua caliente y abundante dosis de secador, fue una gozada ver llover junto a la chimenea. Recordaba lo relajante y seguro que era contemplar las inclemencias del tiempo tras un cristal, calentito y seco.

Con el tiempo, la familia fue creciendo. Sus hermanos (que, aunque no fueran de su sangre él los consideraba como tal), abandonaron el hogar y empezaron a espaciar cada vez más las visitas. Primero venían una vez a la semana, luego una vez al mes y desde hacía tiempo pasaban por allí ni se sabe cuándo. ¿Y su mejor amigo? Ya no lo era. Hacía tiempo que se le mostraba distante, huraño y esquivo. Daba la sensación de que hubiera pasado algo entre los dos y la relación se hubiera roto para siempre sin que él supiera el motivo. Cualquier tiempo pasado fue mejor, pensó para sí.

Ahora, años después, sería incapaz de reconocer el interior de la casa. De recordar lo increíblemente acogedores que eran esos muros. Los buenos momentos, las excursiones y los juegos parecían pertenecer a otra vida. Por mucho que cerrase los ojos y lo intentase, le era imposible recordar el sabor de la comida de los primeros meses. Todo le costaba demasiado porque ya hacía mucho tiempo que vivía lejos de aquel hogar. Ahora vivía apartado de todo y de todos y recibía únicamente las visitas imprescindibles para recibir agua y comida seca. Ahora su vida se había vuelto silenciosa y gris. Tan gris como las herrumbrosas cadenas que lo retenían.

Había perdido tantas cosas… Había perdido peso, pelo y dientes. Había perdido la voz. Había perdido valor. El valor de ladrar a todo visitante desconocido para defender la tierra de su amo. Con todo lo que había perdido ya, ¿Qué más le daba que lloviera?

¡Gracias a Borja por la frase!

2 comentarios:

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.