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lunes, 4 de febrero de 2013

Conversaciones con mi musa #7

—Bueno, qué, ¿cómo lo llevas? —preguntó Sara, tras un largo silencio.

—Supongo que te refieres a la novela —le contesté, apesadumbrado.

—Hombre… —comenzó a decir, con voz maliciosa, como pensándose una respuesta punzante y sarcástica, a la vez que se giraba hacia mí— Si quieres, hablamos de política, pero creo que ambos entendemos más de tu novela que ninguna otra persona, y la verdad es que te estás columpiando desde hace un tiempo.

—Ya…

—¿Ya? —preguntó, molesta— ¿Y eso es todo?

Frené en seco. Había llegado a un paso de cebra y varios peatones esperaban que les dejase pasar. Algunos me miraron con desprecio. Otros, con curiosidad.

—¿Dónde te has sacado el carnet? ¿En la tómbola? —preguntó, una vez más.

—Eh, por favor, tranquilízate un poco —le dije, pidiéndole calma con la mano.

Reemprendí la marcha.

—¿Qué me tranquilice? ¿Yo? —dijo, dándose golpecitos insistentes en el pecho— ¡Eso sí que tiene gracia! El que conduce, además de ser el que me da forma y carácter, eres tú, cielo. Yo no puedo hacer nada, más que ser cómo soy porque tú me haces ser así.

—¿Perdón? —pregunté.

—¿Qué? ¿Qué pasa?

—¿Qué es eso de que tú eres así porque yo te hago así? —volví a preguntar, sin darme cuenta de que gesticulaba en exceso.

—Pues… —relajó el tono— No sé cómo explicarlo. Para mí es tan lógico que me resulta un tanto absurdo tener que explicártelo a ti.

—Sorpréndeme —le dije, mirándola fijamente a los ojos.

—Mira a la carretera, Fitipaldi.

Volví a mirar al frente.

—Esto es muy sencillo —comenzó a decir, seleccionando cuidadosamente cada palabra que decía y gesticulando a su vez con las manos—. Soy tu inspiración, soy tu musa. Únicamente existo gracias a que tienes predisposición a crear historias, a que deseas escribir y plasmar en el papel lo que se te ocurre en esa cabecita que Dios te ha dado.

Yo iba escuchándola al mismo tiempo que medía la distancia de seguridad con los coches, atento a cada palabra que salía de su boca.

—Y sólo existo para ti. Nadie más me ve. Por tanto —hizo una nueva pausa—, imagino que entenderás que mi personalidad, al igual que mi apariencia, mi vestuario y, por qué no, mi fuerte carácter, vienen definidos por ti. Soy una invención de tu subconsciente. Tú mismo tienes a menudo este mismo genio con los tuyos. Tú consideras, por ejemplo, que una mujer ha de llevar tacón sí o sí, y por eso yo llevo estos zapatos.

—Que son preciosos —le interrumpí.

—Sí —contestó, echándole un vistazo a sus zapatos mientras sonreía—, la verdad es que tienes buen gusto. También crees que una mujer ha de tener iniciativa y personalidad. Que ha de saber lo que tiene que hacer en cada momento…

No me había dado cuenta, pero mientras Sara enumeraba todas aquellas cosas, se había ido dibujando una sonrisa en mi rostro. Cada frase era un acierto.

—¿Me equivoco en algo? —preguntó, al fin.

—No te equivocas lo más mínimo.

—¡Eso también lo sabía! —dijo ella, dando palmadas. Contenta y pizpireta.


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