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viernes, 8 de febrero de 2013

Domingo de resaca

—Ey, ¿cómo va eso, Doc?

—Hola, Flint. Vaya día el de hoy, ¿no?

—Ya ves —contestó Flint—, parece que se hayan muerto todos. Llevo un buen rato aquí y aún no ha pasado nadie.

—¿Nadie? —quedó inmóvil por un momento— ¡Pero si ya es de día!

—Nadie. Y el caso es que hay tráfico. Por la calle de atrás pasan un montón de coches. Ya he ido a mirar.

—¿Y cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó Doc, extrañado.

—Por lo menos… —comenzó a pensar, moviendo la cabeza de un lado a otro, acompasadamente— No sé qué decirte. El sol estaba encima de aquél tejado, y mira dónde está ahora.

—Vaya… —dijo, impresionado— Sí que ha pasado tiempo.

—Ya ves —dijo Flint, que se quedó mirando al sol.

—Ya ves —repitió Doc, mirando al mismo punto.

Se quedaron un rato así, contemplando la luz del sol, que en aquél momento quedaba difuminada por un gran conjunto de nubes. El cielo giraba como una gigante ruleta de nubes de algodón que se desplazaban a una velocidad casi imperceptible sobre un lecho del azul más bonito que habían visto jamás.

—¿Sabes? —dijo de repente Doc— Tengo una idea.

—Tú dirás —contestó Flint, que no apartaba la mirada del cielo.

—¿Qué te parece si vamos a buscarlas?

—¿Ahora? —se giró hacia Doc— ¡Es demasiado temprano! —exclamó, rascándose el cuello.

—Llevamos un rato aquí, y tú más todavía —dijo Doc—. Antes de venir, he pasado por la tienda y no había nadie. Tom y Terry no estaban tampoco en su terraza, y como has dicho cuando he llegado, parece que se hayan muerto todos.

—Doc… Estoy muy perro.

Se miraron a los ojos durante un segundo sin pronunciar palabra. Tras un breve silencio, ambos estallaron en sonoras carcajadas, revolcándose por el suelo.

—¡Qué buena ha sido esa, Flint! —exclamó Doc, secándose las lágrimas con la pata— ¡Qué grande! ¡Ja, ja, ja!

—Esa me la soltó Terry el otro día —dijo Flint, riéndose mientras se levantaba del suelo—, ese sí que es salao. ¡Menudo es Terry!

—¡Podríamos ir con él a reírnos de aquellos perros del parque! ¡De aquellos dos carlinos!

—¡Dios! —exclamó Flint— ¡Eso sería total!

—Ya ves —dijo Doc, secándose la pata contra el lomo.

—Ya ves —repitió Flint—. Bueno, qué, ¿vamos a ver si están?

—¡Vamos, vamos! —exclamó Doc— Con suerte, siguen donde anoche. No sé si viven por ahí, pero se conocían demasiado bien aquél escondite.

—Sí… Oye, la persa para mí —dijo Flint, mirando a Doc con una sonrisa pícara en su rostro.

—¡Será para quien llegue primero, amigo!

Y salieron corriendo, como alma que lleva el diablo, en busca de las dos gatitas de la noche anterior.

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