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jueves, 7 de febrero de 2013

La incertidumbre de Dieciséis

—No puedo, mi amor. Te juro que no puedo. He de terminar un informe para el director y me quedan unas cuantas horas de trabajo. Mejor quedamos mañana, ¿vale? —dijo Dieciséis, impaciente por colgar el teléfono— Sí, no te preocupes, yo mañana te llamo. Adiós.

—¿Cansado? —preguntó Noventa.

—La verdad es que sí —dijo Dieciséis, quitándose el casco.

—¡Eh, espera! —gritó Noventa, asustado— ¿Lo has apagado ya?

—Sí, no puedo más. Tiene que descansar. No pasará nada, tranquilo.

—No sé… Dicen que es peligroso.

—Lo es si no sabes cómo hacerlo. Tiene su truco.

—No tendrías que haberle mentido. Llevas toda la semana haciéndolo, Dieciséis.

—Ya, lo sé. La cuestión es que no sé si voy a poder seguir así. Este individuo tiene una vida demasiado distinta al anterior —dijo, presionándose en círculo las sienes con los dedos.

—¿Cómo de distinta? —preguntó Noventa, mientras se sentaba en su habitáculo y cogía los extremos del cinturón.

—No sé… A parte del trabajo, las relaciones sociales, las actividades del día a día… Este individuo tiene demasiadas inquietudes. Recibir cada impulso de su actividad cerebral es un tormento. Es…

—Agotador —dijo Noventa.

—¡Sí, eso es! —exclamó Dieciséis— Agotador. Es realmente cansado. Llevo unos días que no me concentro en otras cosas porque mi ICR* es extenuante.

—Bueno… Piensa en cómo sería si no intervinieras... ¡Seguramente uno de los dos habría muerto ya! —rió Noventa.

—Menos mal que aún puedo dominarlo —dijo, rascándose la cabeza y quitándose el cinturón—. ¿Y tú? ¿Ya se despierta el tuyo?

—Sí —dijo Noventa, poniéndose el casco—, creo que va a ser un día muy duro. Me las ingeniaré para que haga alguna trastada, como siempre…

Dieciséis le miraba sonriente. Sudado, cansado y deseando marchar, pero divertido al escuchar las palabras de Noventa. La voz de éste sonaba apagada en su casco. Desde el momento en que se lo puso, se acomodó en su habitáculo y comenzó a mover los brazos, cual titiritero con sus marionetas. Acostumbraba a ver siempre el vaso casi lleno, por complicado que esto fuera. Dieciséis, en cambio, llevaba mucho más tiempo que Noventa trabajando en Psinactics y comenzaba a acusar el desgaste de llevar adelante dos vidas. Dejó de centrarse en Noventa, que ya estaba procesando, y pegó un vistazo al hangar. Ahí estaban casi todos sus compañeros, sentados y procesando vidas más allá de las suyas propias. Algunos habitáculos estaban vacíos porque sus manipuladores descansaban, a la vez que sus ICR. Otros estaban averiados y tenían equipos enteros de oficiales e ingenieros intentando reanudar el servicio de los habitáculos. Volvió a mirar a Noventa, que seguía hablando, aunque su voz sonaba amortiguada por el casco.

—…¡es lo que me dicen siempre! Pero yo creo que si no haces ese tipo de cosas, este trabajo te apaga poco a poco.

—¡Me marcho, Noventa! —gritó Dieciséis, haciendo un megáfono con la mano izquierda.

—¡Descansa, amigo, yo voy a liarla un poco! —contestó Noventa, moviendo los brazos como si se estuviera estirando al mirar el amanecer a través de una ventana.

Dejó a Noventa allí, en su habitáculo, junto a los cientos de manipuladores que habitaban el hangar. Echó a andar camino a las duchas y, mientras lo hacía, miraba a toda aquella gente trabajar como si fueran felices con ello. Se preguntaba si a él se le vería tan feliz desde fuera.

Hacía un tiempo que se preguntaba si todo aquello tenía sentido. Si en realidad ellos eran imprescindibles para los individuos a quienes controlaban. Se preguntaba también cómo había podido llegar allí. Recordaba su rutina diaria, su ciclo de actividades y el círculo de amistades que le rodeaba. Recordaba su familia, sus compromisos y las últimas celebraciones, pero a decir verdad, no recordaba con claridad lo que había ocurrido, por ejemplo, diez años atrás. La edad podía estar pasándole factura, pero no dejaba de ser inquietante el hecho de no recordar cualquier cosa que hubiera podido ocurrirle más allá de la última década.

Sin embargo, había una pregunta que se hacía cada mañana al despertar. Una pregunta cuya respuesta, aun siéndole desconocida, era capaz de abrumarle y provocar escalofríos que recorrieran todo el sistema nervioso.

¿Era él también un individuo?
 
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*ICR: Individuo Controlado Remotamente.

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