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martes, 22 de enero de 2013

Conversaciones con mi musa #5

En seguida caí en la cuenta. Claro, al pensar en ella, al esforzarme en creer en ella, le doté de una luz que me permitía reconocerla. Ahora la veía sonreír en lugar de imaginarla haciéndolo. Ahora veía su expresión, en lugar de notar su estado de ánimo por su voz. Ahora tenía un nombre y una apariencia que no podía ver cuando llegó a mi sofá.

—¿Y cómo lo he hecho? —le pregunté, contento por haber entendido lo que había conseguido.

Entrelazó sus manos y se tomó unos segundos para contestarme. Carraspeó levemente, sonrió y, por fin, me miró. Tenía una mirada feliz. Estaba emocionada.

—Por fin has creído en mí —contestó—. Me has estado buscando durante tanto tiempo y de tantas maneras que no has sabido ver que el camino más sencillo era el primero que debías probar. Como en tu cuento, el de la pequeña Davinia. Acabas diciendo en él que casi siempre los momentos más hermosos ocurren tras los hechos más sencillos. Cuando escribiste aquél final, lloré. Lloré de emoción porque para ser tu primer cuento, me pareció maravilloso. Lloré de alegría por Davinia. Lloré de alegría por ti. Y días más tarde, lloré de tristeza por todos. Porque aquél día en que terminaste el cuento me tuviste más cerca que nunca y, sin embargo, cuando lo enviaste a todos aquellos certámenes, decidiste descansar.

—Pero —empecé a hablar sin saber qué decir— no es eso, es que…

—Claro que fue eso. Enviaste el cuento a los concursos y te sentaste a esperar un premio. Una mención en algún blog. En alguna web. El cuento fue muy bonito, pero pensaste que sería lo mejor que escribirías y por ello te relajaste y dejaste de crear historias, como hacías antes.

—A ver, a ver, tampoco exageremos… —le dije, pidiéndole calma con las manos.

—Jose. Por favor —me volvió a mirar con aquella cara de vinagre—. ¿Qué has hecho desde entonces?

—Bueno… He vuelto a escribir en el blog —contesté.

—Guau, qué currazo —dijo, haciendo como que se limpiaba el sudor de la frente.

—¿Qué pasa? Suelo escribir historias cortas en él.

—Ya. Historias cortas. ¿Y la novela? —preguntó.

—Ah. La novela —contesté, desanimado. Tocó el tema que más dolía.

—Sí. La novela.

—Es difícil escribir una novela, Sara.

—Lo sé —asintió—. Claro que es difícil. Como lo es pintar un retrato o componer una canción. Pero precisamente por lo complicado que resulta, aquél que desea crear algo no se puede permitir el lujo de rendirse. Es difícil, comprometido y hasta que no se depura mucho, posiblemente sea hasta mediocre. Pero es que no todo el mundo ha nacido para pintar un cuadro, esculpir un busto o dirigir una orquesta.

Tragué saliva. Me estaba sintiendo pequeñito desde hacía un rato.

—Oh, cielo, perdóname —susurró—. Perdóname, por favor. No era mi intención darte un sermón.

—No, tranquila, no pasa nada —mentí.

—Jose. Perdóname. Es sólo que llevo mucho tiempo lejos de ti y tenía mucho guardado aquí dentro. Tienes razón, tu blog y todos esos artículos que escribes están muy bien, pero tienes que reconocer —meneó de forma simpática la cabeza, sonriendo— que has abandonado una idea preciosa en tu libreta de apuntes. Una idea que, con esfuerzo, ¡te llevará lejos! Y no me refiero con lejos ni a premios, ni a certámenes, ni a ventas, sino a que te sentirás realizado de una manera que muy poca gente en este mundo entiende...

La observaba embobado. Cada palabra que salía de su boca tenía más razón que la anterior. La miraba gesticular y mover las manos. Sonreír. La notaba queriéndome animar y esforzándose por darme apoyo. Ella creía en mí.

—Jose —dijo, de repente.

—Dime, Sara.

—¿Recuerdas cómo te sentiste cuando terminaste el cuento? —preguntó.

—¡Me sentí genial! —sonreí, por primera vez en un buen rato— Fue fantástico.

—Imagina entonces como será terminar esa novela.

Asentí, pensativo. Sería alucinante.

—Todo este tiempo hemos estado separados porque el trabajo, la pereza y el conformismo te han hecho acomodarte en un sillón del que ahora, de repente, quieres levantarte. Y cuesta, ¿verdad?

—Vaya si cuesta…—dije, mirando al infinito.

—¿Pero sabes qué? —preguntó.

—Dime —le dije, mirándola de nuevo.

—Que aquí estoy. Que he vuelto —me dijo, sonriente—. Y si lo he hecho ha sido porque últimamente estás creyendo más en ti, y por tanto, más en mí. Crees que puedes volver a crear historias y que yo te ayudaré a que sean preciosas. Y no te quepa duda, cielo, de que así será.

4 comentarios:

  1. Espero que algún día pueda hacerla realidad :) ¡Gracias por pasarte, Reichel!

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  2. Raquel me ha traído hasta aquí, ya me he devorado las 5, me encantan! espero que estas 5 conversaciones sean sólo el comienzo de una gran amistad...grande y muy productiva ;)

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  3. Lo será, eso te lo garantizo :)

    ¡Muchas gracias por pasarte por mi blog, me has animado mucho con tu comentario!

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