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viernes, 25 de enero de 2013

Conversaciones con mi musa #6

Esta mañana, tras dejar en el cole al enano, volví al coche (que había dejado aparcado en doble fila) y sentí que, además de ser un gran día (es viernes, eso tiene mucho que ver), el de hoy sería un día especial. Tendría tiempo para dedicarlo a pensar en mis próximos escritos. Para terminar el artículo para el diario. Podría leer todo aquello que tengo pendiente. Sería el comienzo de un fin de semana provechoso.
 
Abrí la puerta del coche, me senté y la cerré tras de mí. Cojí el cinturón y lo deslicé hasta el cierre. Metí la llave en el contacto y mientras arrancaba, me mordí el labio inferior, tratando de arrancar también algún que otro trozo de piel muerta. Este frío me deja los labios fatal.
 
—¡Hola! —irrumpió Sara, asustándome.

—¡Jod..! ¡Sara, no hagas eso! —exclamé.
 
—¿El qué? —me miró con cara desafiante.
 
—¡Aparecer así, de repente! Mira —me miré el labio en el espejo—, casi me arranco el labio.
 
—Es que no deberías hacer eso —dijo, acomodándose y abriendo su bolso—. ¿Para qué está el cacao para labios?
 
—Bah, eso son potingues. Además, ¿qué haces aquí? ¡Deja eso! —me apresuré a plegar el espejo del acompañante, que ya había abierto ella— ¡Que te pueden ver!
 
—¡JOSE! —me gritó.
 
Enmudecí y me quedé congelado.
 
—A ver cuando te enteras de que a mí sólo me ves tú. Lo que yo haga o deje de hacer es cosa tuya, de tu imaginación. ¿Crees acaso que alguien me ha podido ver aparecer, así, de repente?
 
Tenía sentido, sí, y ya me lo temía. Pero eso no dejaba de ser preocupante. A saber cómo me veía la gente cuando hablaba con ella.
 
—¿Y cuando hablo contigo? ¿La gente lo ve? —pregunté.
 
—Pues claro —cerró su bolso y se puso el cinturón. Yo la miraba incrédulo—. Bueno qué, ¿nos vamos?
 
—¿A-a dónde? ¿A mi trabajo?
 
—No, qué va. A la comarca, con los Hobbits.
 
Enarqué las cejas, dudando entre indignarme y partirme de risa.
 
—¿No querrás llegar tarde? —preguntó, impacientándose— Hablaremos por el camino, venga.
 
—Desde luego… Me estoy volviendo loco —susurré.
 
—No eres el primero, cariño —me dijo, tan chula como ella sola.
 
Los primeros metros del camino conduje inseguro, fijándome en las caras de cada uno de los peatones que me iba encontrando; las mamás que salían del colegio, el guardia que dirigía el tráfico, el cartero que salía de la oficina… Tuve que ceder el paso a un buen número de personas y, aunque muchas me miraban y hacían el típico gesto de agradecimiento, nadie parecía fijarse en que a mi lado había otra persona sentada.
 
—¿No te fías de mí o qué? —preguntó, mientras se limaba las uñas.
 
—No es eso, Sara —contesté, sin mirarle—. Es que aún no me acostumbro a hablar solo, y no es lo mismo hacerlo en casa, de noche, que a plena luz del día.
 
—¡Pues a mí me parece divertido! —exclamó.
 
—No te jode, a ti no te preocupa que te vean —dije, sonriendo—.
 
—Exacto. La verdad es que es bastante cómodo ser —meditó durante un instante— musa. No tienes que preocuparte de la ropa que vistas, de las cosas que hagas ni de cómo aparezcas o desaparezcas —guardó la lima en su bolso—. Está todo pensado por tu —hizo unas comillas con los dedos— escritor. Únicamente manejas lo que tienes a tu alcance, lo que viene contigo. Soy, para que lo entiendas, como una Barbie.
 
Me tomé un tiempo para asimilar lo que había dicho Sara. Era producto de mi imaginación y aun así me resultaba terriblemente desconocida.

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